Uno de los grandes personajes del siglo XX fue Alekxandr Isáyevich Solzhenitsyn. Tras una juventud pro-comunista y luchar en el ejército soviético durante la II Guerra Mundial contra los nazis, fue condenado a prisión -ocho años en diversos campos de trabajo- por criticar a Stalin en una carta privada a un amigo; después, sufrió un permanente seguimiento del KGB para impedir que escribiera. Pero en 1970 recibió el Premio Nobel de Literatura. Como es sabido, en su obra "Archipiélago Gulag" desenmascaró el rostro de la represión comunista. En 1974 fue arrestado y expulsado de su patria. Finalmente, tras años de exilio en varios países, regresó a Rusia en 1994, habiéndole sido retirados oficialmente los cargos de traición anteriores. Fallecería en 2008.

En 1980, en el libro "El error de Occidente", declaraba sobre las sociedades democráticas que "el tiempo ha erosionado su noción de libertad. Cuando Europa la conquistó en torno al siglo XVIII, era una noción sagrada. La libertad desembocaba en la virtud y el heroísmo. Y lo han olvidado". La afirmación procede de quien se jugó la vida por ella. Y Solzhenitsyn concluía: "Ya no son capaces de sacrificarse ni de comprometerse por ese fantasma de la antigua libertad (...). En el fondo, piensan que la libertad se adquiere de una vez por todas y por eso se permiten el lujo de menospreciarla. Están librando una terrible batalla y actúan como si se tratara de un partido de ping-pong".

Una idea similar aparece en la obra de Javier Gomá, quien explica que "la lucha por la liberación individual reñida por el hombre occidental durante los últimos tres siglos no ha tenido como consecuencia todavía su emancipación moral". O sea, que también nos advierte del error de equiparar el logro de la liberación política conseguida -adquirida de una vez para siempre, mientras haya democracia- con el uso civilizatorio de la libertad ganada. Por eso, sostieneel filósofo español que "abusamos, con sobrado énfasis, del lenguaje de la liberación cuando lo que urge es preparar las condiciones culturales y éticas para la emancipación personal".

Para que la libertad política alcanzada -materializada en instituciones, leyes y procedimientos- contribuya a nuestro enriquecimiento interior, se necesita de un buen uso de la libertad personal; no consiste en haber finalizado una competición y ganado la medalla de la libertad, sino en poseer una cultura que favorezca su despliegue. Pero la libertad moral será siempre una conquista personal.

Conviene distinguir los significados de la palabra libertad, para no enredarnos en su polisemia y evitar confusiones. En primer lugar, su sentido abstracto, infinito; no se adquiere esta libertad esencial, puesto que se nace con ella y supone nuestra mayor dignidad. También, existe el significado psicológico de libertad, y encierra limitaciones extrínsecas como, por ejemplo, no poder volar, etc.; e intrínsecas, pues nadie ha decidido ser libre.

Pero la noción decisiva es la de libertad moral o interior: esta es la que se puede utilizar bien o mal; y dependiendo de ello, nos enriquece o nos esclaviza (baste con señalar las diferentes dependencias y tiranías del mal uso de la libertad: ludopatías, adicción a drogas, al sexo...).

Para crecer en libertad interior se necesita lo que Gregorio Luri reclama como supuestos básicos de la ética: autocontrol -dominio de sí- y coraje. ¿Cómo es posible que "estén ausentes de un gran número de libros de ética contemporánea?", cuestiona. Asimismo, este maestro en pedagogía nos habla de no tener miedo a la palabra disciplina, tan necesaria para la educación y para la conquista moral: "La disciplina es la higiene de la voluntad". Por último, asumir compromisos: "Nacemos múltiples, morimos uno", afirmaba Paul Valery.

Coraje, dominio de sí, disciplina y comprometerse para liberar la libertad. Como gritael poema de Gloria Fuertes: "Me hice libre. / Vivo libre / en esta inmensa celda / de castigo que es la tierra. / Decir la verdad / me desencadena".

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