En los años 70, la provincia de Santa Cruz de Tenerife era donde había mayor número de leprosos por habitantes de toda España. El dermatólogo Rafael García Montelongo, ya jubilado, recuerda que en 1971 había más de 500 enfermos diagnosticados en la provincia.

Hoy, día mundial de la lepra, se podría decir que la enfermedad ya no existe en Canarias. La doctora Marta García-Bustinduy, del Hospital Universitario de Canarias (HUC), afirma que desde 1989 solo ha visto tres casos. "La primera fue una paciente de La Palma que vivía en una zona donde se habían descrito casos en personas mayores", recuerda. Los otros dos son los denominados "importados", ya que los pacientes "venían de territorios endémicos de Sudamérica".

García Montelongo subraya que el problema de la lepra era más de estigma religioso que de probabilidades de contagio. "Esta enfermedad solo es contagiosa en una parte de los enfermos, no en todos. Entre un 5 y 7 por ciento de los matrimonios se contagiaban", afirma.

Según los informes de 103 países de 5 regiones de la Organización Mundial de la Salud, la prevalencia mundial de la lepra registrada a finales de 2013 fue de 180.618 casos, mientras que el número de casos nuevos notificados en el mundo ese mismo año fue de 215.656, en comparación con 232 857 en 2012 y 226 626 en 2011.

El doctor García Montelongo recuerda que "es una enfermedad que va con la miseria, con la falta de higiene". Hoy esta dolencia, causada por el bacilo de Hansen, está presente en La India, Brasil, en Centroamérica y la zona centroafricana, añade.

Sobre sus orígenes, García Montolengo sostiene la teoría de que llegó con los esclavos del África negra que se trajeron para trabajar en las explotaciones de la caña de azúcar.

"En este momento", considera, "la lepra hay que considerarla una enfermedad infecto-contagiosa muy rara en los países desarrollados". La dermatóloga del HUC Marta García-Bustunduy completa que en los casos "que la microbacteria se disemina provoca daños en el sistema nervioso que hacen desaparecer la sensibilidad a la temperatura y al tacto profundo. Esto hace que los pacientes se quemen con facilidad y no se den cuenta".

El mayor problema de la lepra, sin embargo, siempre ha sido el estigma.

García Montelongo, junto al doctor Vivancos, eran los encargados en la provincia de Santa Cruz de la lucha contra la lepra y lo primero que se esforzaron en conseguir era que se pagaran los gastos del viaje de los enfermos hasta el dispensario de la calle de San Sebastián (hoy sigue funcionando para enfermedades de transmisión sexual).

Era mucho mejor que la llegada de dos médicos al centro de salud del pueblo y que el ayuntamiento citara a todos los enfermos allí, cuenta. "Era una enfermedad poco contagiosa, pero la convirtieron en un castigo".

La leprosería de Arico que nunca se abrió

Alrededor de los 50, "cuando todavía no había tratamiento efectivo para la lepra", el Cabildo de Tenerife comenzó a realizar una leprosería en Arico, explica el doctor García Montelongo. Para supervisar las instalaciones viene a Tenerife el catedrático José Gay Prieto, que era "un afamado dermatólogo director de la lucha antileprosa de la OMS". Gay Prieto vio "un magnífico edificio", casi terminado, pero le indica al presidente del Cabildo que "no se gaste más dinero porque nunca se va a abrir". El dermatólogo explica que es "una enfermedad muy poco contagiosa" y que la tendencia es a cerrar "todas las leproserías del mundo".

Algún momento después de esto, el Cabildo se lo cedió al Ejército y por allí han pasado muchos de los que hacían la mili. Los edificios se mantienen, pero cuentan que dentro no tienen nada, de forma que los que acampaban tenían que llevarse hasta la cocina. Hoy, el uso que hace el ejército del lugar es más ocasional.

García Montelongo también recuerda que había una ermita en la salida de La Laguna a Tacoronte donde se mandaba a los enfermos. "Cuando los diagnosticaban, los echaban a la ermita de San Lázaro", dice, para subrayar que el estigma religioso hacía que este mal fuera visto como "un castigo divino".

La especial relación de la provincia occidental con la lepra se extiende a las islas de La Palma y La Gomera, a donde llegaron algunos pacientes leprosos de América atraídos por las supuestas "propiedades milagrosas de los manantiales naturales" de estas dos islas.

De hecho, hay incluso teorías de que el conquistador Juan de Bethencourt era leproso y huyó de Francia para evitar que el Estado confiscara sus bienes, según recogió Buenaventura Bonet en un libro. "En un retrato de los más antiguos de Juan de Bethencourt, un leprólogo puede ver algún rasgo de la enfermedad", reconoce García.