El 23 de febrero de 1981, los acojonados parlamentarios del Congreso de los Diputados miraban pasear, bajo la bóveda agujereada por los impactos de bala, a los guardias civiles armados con metralletas. Estaban esperando la llegada del "elefante blanco", un misterioso personaje llamado a hacerse cargo del poder.

Durante los meses anteriores, varios líderes políticos, incluido alguno de la izquierda, habían estado manoseando, con altos mandos militares, la idea de un Gobierno de "salvación nacional" compuesto por varios partidos, con un general al frente. Para la historia ha quedado que el general Armada, cercano al Rey, era el misterioso "elefante blanco" que el coronel golpista Tejero y sus subordinados estaban esperando. Nunca llegó. El conato de golpe acabó en agua de borrajas, cauterizó el "ruido de sables" en los cuarteles con el mayor de los ridículos internacionales y abrió paso al breve periodo presidencial de Calvo Sotelo y a la llegada del cambio de Felipe González y el PSOE.

En este Congreso de hoy no están esperando un elefante, sino un mirlo blanco que sobrevuele el hemiciclo en un vuelo casi imposible para posarse en el sillón del presidente. Si no existe renuncia expresa de los partidarios de la autodeterminación (PNV, ERC, Bildu, DiL, En Mareas, Compromís y En Comú) el PSOE no cruzará esa frontera y sólo parecen posibles dos caminos: o repetición de elecciones o un pacto de los partidos "constitucionales". No se atisba otra salida al atasco territorial. Esta es, queridos amigos, la nueva política que ha venido a sustituir a la vieja, aburrida y previsible del bipartidismo. Emoción a tope e incertidumbre.

Pablo Iglesias no ha podido convencer a sus aliados territoriales de dulcificar la hoja de ruta independentista. Un inteligente plan de etapas pasaría primero por apoyar la investidura de Pedro Sánchez con un pacto progresista y tenerle después como un rehén débil para la cosa de las consultas. Pero ni siquiera. La oferta envenenada de Iglesias, que sigue en campaña electoral, demuestra que le pone y mucho que haya repetición de elecciones.

Tal vez estemos esperando a Godot, el personaje que nunca llega, y no exista nadie que pueda poner orden en la rebelión de la granja. Pero el bloqueo que imponen quienes apoyan la autodeterminación (o directamente la independencia) es insalvable. Gran parte del PSOE no está dispuesto a permitir la dilución del Estado en una cámara convertida en asamblea de territorios.

Los analistas consideran que unas nuevas elecciones a mediados del año que viene serían favorables a PP y a Podemos, que polarizarían el voto útil del país. Eso es mucho suponer. Existe una acreditada experiencia en que los analistas la pifien. Pero es curioso observar cómo los grandes asuntos (las políticas sociales, el paro, la educación o la corrupción) han pasado a un segundo plano oscurecidos por la cuestión de las demandas separatistas. La historia, en este país de países, se repite una y otra vez.