Fernando Clavijo ha desmontado esta semana la "bomba lapa" que le habían intentado poner en la Federación de Municipios de Canarias para volarle en las narices el plan de inversiones con el dinero del ITE. El discurso del presidente funciona: hay que crear empleo sostenible en las islas con un plan de inversiones estratégico. Acabar con el paro es la mejor receta contra la pobreza y la verdadera política social. Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria, se queda solo, fané y descangallado en su pelea por el control de unas perras que parece que se le han escapado.

Clavijo busca consenso porque quiere unir a todos los estamentos políticos y sociales de Canarias en el gran asunto pendiente de la financiación estatal. La crisis, los recortes y la rigidez de la Hacienda de Montoro han pulverizado los acuerdos y convenios especiales que conformaban la financiación complementaria de las Islas Canarias. No sólo nos quitaron dinero de carreteras, empleo o turismo, sino que demostraron que el acervo fiscal canario, llamado REF, no vale un pimiento jurídico.

El próximo Gobierno tendrá que resolver un nuevo sistema de financiación para las Comunidades Autónomas y, dentro de ellas, para el Archipiélago canario, que es la más exótica. Pero cabe preguntarse si habrá próximo Gobierno. O incluso si habrá Comunidades Autómomas.

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La primera transición fue un ejercicio de amnesia política. Una parte del país olvidó que había ganado un golpe de Estado de cuarenta años. Y la otra olvidó que lo había perdido. Los hijos de los vencedores y los derrotados -Santos Juliá dixit- unieron las dos España en una Constitución que fue un paraguas para todos. Se construyó un ecléctico Estado de las autonomías, se descentralizó el país y los antagonistas firmaron pactos y acuerdos de coexistencia.

La segunda transición deviene en todo lo contrario. Se agudizan los perfiles, se resaltan las diferencias, se establece una confrontación entre buenos y malos, gatos y ratones, izquierdas y derechas, separatistas y unionistas. No existe un proyecto de regeneración sino de sustitución de un anciano régimen, dicen que agotado, por uno nuevo, aún por definir.

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Como ocurre casi siempre que lo que tiene que morir no acaba de morir y lo que tiene que nacer no acaba de nacer, estamos dentro de la placenta de un parto atascado. Y el líquido amniótico se deteriora a pasos agigantados. El Congreso es una zanja que separa a gente que ni se entiende ni tiene el menor estímulo para hacerlo. Porque frente a la primera transición, la segunda no tiene como objetivo prioritario la convivencia sino la confrontación y el poder.

Por muchos disfraces que se le ponga a la cosa, el abismo que hace imposible un buen gobierno no es ideológico, sino sentimental. No es de izquierdas o derechas, sino de tierra y suelo. Es el debate nacionalista de la propia idea del Estado. Es otra vez la España invertebrada. El peso de los soberanistas en el Congreso -58 diputados- es lo suficientemente relevante como para plantearse que una buena parte del país no se siente país. Ni quiere serlo. Y nada contenta a quien lo quiere todo. Ni la vía federal ni las peras en vinagre. Sólo la libertad.

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Así que estamos donde estamos. En un parto de los montes. Y desde el punto de vista de Canarias el escenario no puede ser más preocupante. Desde hace mucho -varias décadas- nos hemos instalado en una indolente dependencia exterior absoluta. En las ayudas y subvenciones. En la solidaridad del resto Estado. ¿Y qué puñetas se supone que va a pasar con el mantenido si el mantenedor desaparece? ¿Qué va a pasar si España se transforma en un sistema cantonal de estados fiscales? Pues que nos quedaremos sin la teta de la solidaridad. Igual suena chungo, pero no es ni la mitad de desagradable que la realidad.

Así que la batalla que prepara Clavijo para defender la financiación especial de Canarias igual no se celebra por incomparecencia del adversario. A saber en qué acaba España. Igual tenemos que cambiar la bandera oficial por una tricolor con siete chupas verdes, como recuerdo de nuestro viejo sistema de supervivencia mamaria. Y de himno, en vez del somnoliento arrorró de una tierra aplatanada, podremos adoptar aquella canción que dice: "La ventanita del amor se me cerró".

Y mientras nos hartamos de sombra y de almendro tal vez aprendamos a ser mayores de edad.