Cuando ingresé en EL DÍA yo era un muchacho; me fui a vivir, para estar cerca del periódico, a una pensión llena de cucarachas que estaba en la esquina de la avenida de Buenos Aires con las Asuncionistas. El encargado de la pensión era un hombre muy pulcro, siempre andaba fregando los suelos, pero eso no les impedía a las cucarachas hacer por allí sus excursiones.

En el periódico había algunas personalidades ilustres del periodismo, a las que reverenciábamos. Entre ellos estaba un personaje legendario, don Luis Álvarez Cruz, cuya columna "Las manos sobre el teclado", escrita siempre con serenidad, humor y cultura, se publicaba a diario en el periódico. No se publicaban muchas columnas, la verdad. Cuando yo era aún más chico, un adolescente todavía, leía esa columna como si en ella estuviera estudiando periodismo, una asignatura o carrera que yo no sabía entonces que estudiaría algún día.

No sé si fue a don Luis o a Elfidio Alonso, que ya era un maestro de la sintaxis que da el conocimiento y que escribía la otra columna que yo leía antes de conocerlo, quienes contaron en mi presencia el famoso dicho de un analfabeto nuestro que se llamaba Panduro. Aquello que decía Panduro se quedó grabado en mi piel de periodista para siempre: "Aquí lo que hay es falta de ignorancia".

En el periodismo propiamente dicho de hoy en día esa expresión de Panduro podría servir como descripción adecuada a la actitud de los profesionales del oficio, que opinan en todas partes y a todas horas, con una suficiencia rayana en el aventurerismo, de todas las cosas que se les susciten actitud o enfado, desde el armamento nuclear al precio de la bajada de bandera de los taxis. Esa falta de ignorancia llega a términos de paroxismo, pues se quitan la palabra como si ésta fuera de oro, en las tertulias televisivas, espectáculos penosos en los que se despellejan sobre todo los personajes de la política como si éstos fueran monigotes de los que se pudiera decir todo aunque uno de ellos no sepa nada a ciencia cierta. Periodista, decía Scalfari y no me canso de repetirlo, es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente; y en esas tertulias, y en muchas de las numerosísimas columnas, los periodistas contamos lo que suponemos que pasa porque ir a las fuentes, comprobar, que son tareas íntimamente ligadas al oficio, da mucho trabajo.

En estas cosas de la falta de ignorancia he pensado estos días en el festival Hay que se celebra en Cartagena de Indias, Colombia. Ya saben que en Tenerife pudo haber un festival de estos, pero las intenciones buenas entre nosotros no pasan a veces de los límites del barranco de Santos. Pues aquí, en Cartagena, hay periodistas notables que han dado sus conferencias sobre el oficio que desarrollan. Están, por ejemplo, el norteamericano Jon Lee Anderson (que vivió en Gran Canaria y en el Puerto de las Cruz, por cierto, habitando en una barca), el argentino Jorge Lanata, que fue martillo del matrimonio K que acaba de dejar el poder, la mexicana Alma Guillermoprieto, que es una estrella del "New Yorker" y de otras grandes revistas norteamericanas...

Releyendo, por ejemplo, los grandes reportajes que ha hecho esta importante mujer sobre Colombia y otros países latinoamericanos me he quedado maravillado por su respeto por los datos, por la fidelidad a la consulta de las fuentes, por el rigor. Lo que ella hace es reportaje, y aplica el análisis muy por encima de la opinión. La opinión es adyacente al periodismo; si para analizar hace falta estudiar, para opinar un periodista tendría que hacer oposiciones a cátedra. Pero se ha puesto de moda la falta de ignorancia de Panduro y decimos y decimos sin haber estudiado, y así hacemos columnas y columnas como si opinar fuera gratis y se pudiera hacer sin el conocimiento de causa (y de efecto) que requiere una profesión en la que jamás se acaba de aprender porque si no aprendes en tus textos se mezcla la ignorancia como si fueran cucarachas.