De las diferentes acepciones que recoge el diccionario de la lengua española sobre la palabra disimular una de ellas es: "Disfrazar u ocultar una cosa, para que parezca distinta de lo que es". Y eso es lo que está sucediendo hoy en día en España con los nacionalistas y con aquellos populistas que, no siéndolo aparentemente, se aprovechan de ello para consolidar sus intereses particulares, partidistas e ideológicos, por ese orden.

Lo que nos demuestran los acontecimientos que se viene sucediendo estas semanas poselectorales es que España, lo que se dice España y, por extensión, los españoles, no les importamos a la inmensa mayoría de los políticos, que están mercadeando sus particulares facetas de poder (aquí vendría un exabrupto), absolutamente nada. Es una pena que nadie hable de salvaguardar el bien común, lo construido y logrado hasta ahora con tanto esfuerzo y sacrificio; les da igual tirar todo por la borda con tal de obtener su particular parcela de poder. Se habla de asientos y de cargos antes de exponer y dialogar sobre programas, principios y valores; ni siquiera se expone y se defiende la faceta ideológica que la plena igualdad entre españoles debe prevalecer sobre los movimientos étnicos, regionalistas, nacionalistas y populistas de todo signo que últimamente tanto proliferan.

Dichos movimientos, que lo único que persiguen es disimular España, trocearla, desvertebrarla, despojarla de su propia realidad e identidad histórica, constituyen un peligro en sí mismos porque van en contra de una Constitución en la cual no creen y, por extensión, en contra de la igualdad de todos los españoles; y, sobre todo, no entienden ni soportan ni toleran que la soberanía nacional resida en el conjunto del pueblo español, como así recoge el punto 2 del Título Preliminar de nuestra Constitución.

Y mientras una derecha acomplejada y acobardada prescinde de la batalla de las ideas y de los principios, dejando que la izquierda populista de este país le arrebate el discurso de la supremacía moral, y siga admitiendo el hecho de que sólo la "progresía colectivista y asamblearia" pude y tiene el derecho a ostentar el poder, mal vamos. Menos mal que siempre surgen voces, viejas voces cargadas de experiencia y razón, como algunos exdirigentes socialistas que han pedido "responsabilidad y reflexión" sobre el pacto con la izquierda más radical y con los nacionalistas; y, seguidamente, han sido ignorados, vilipendiados e insultados por los suyos y por los jóvenes dirigentes populistas que lo que buscan no es otra cosa que asaltar el espacio político del PSOE.

Por otra parte, han surgido otras voces enmarcadas en la Fundación España Constitucional, creada por varios exministros de los anteriores gobiernos de la democracia, que se han manifestado a través de un comunicado hecho público recientemente, en el que ensalzan el "Espíritu de la Transición" y reclaman que, dado el actual clima de crispación, desorientación, recelo e incertidumbre política y económica que está afectando incluso a las principales instituciones del país, se instaure un gobierno de partidos constitucionalistas que, con un programa previamente pactado, se devuelva la confianza y la libertad e igualdad plena a los españoles, al sistema político y a los mercados, consolidando así la salida de la actual crisis y, de camino, hacer frente común al ataque independentista.

No estaría de más que los dirigentes políticos que tienen la responsabilidad de llevar a cabo dicha oferta, abandonen sus "ambiciones personales y de partido" y piensen más en España y en los Españoles.

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