Pablo Iglesias estaba tan enfrascado en la transición del discurso de regeneración social al del asalto a los poderes del Estado (pedir directamente y sin anestesia los ministerios de Justicia, Interior y Defensa y uno nuevo de Plurinacionalidad que sería el taller de montaje de las autodeterminaciones), que le cogió casi en bragas lo del intento de investidura de Pedro Sánchez. Pese a ello reaccionaron con presteza y contraprogramaron ofreciendo otra vez su sonrisa del destino al candidato socialista.

La dirigencia de Podemos es una inteligente ameba que se mueve engullendo lo que se encuentra a su paso. Los movimientos ciudadanos, IU, el PSOE si les dejan... lo que se les ponga por delante. Al principio -y es muy de agradecer- se tomaron el trabajo de trenzar un tranquilizador discurso para convencer a todo el mundo de que no eran un lobo bolivariano que venía a comerse las ovejitas de la dehesa castellana. Pero poco a poco terminaron por sacudirse ese incómodo disfraz verbal, porque saben que en realidad a la gente le importa una higa.

Lo que ha descubierto Pablo Iglesias, en su estación Finlandia, es que esto ya está tan mal que aguanta lo que le echen. El PP tiene un líder noqueado por los escándalos. El PSOE está carcomido por la fragilidad de sus liderazgos. Así se las ponían a Felipe II. Podemos está ya en lo de asaltar el poder con el tren a toda máquina.

Pero Pedro Sánchez, con cara de bobito, le ha tendido a Iglesias una cáscara de plátano. Habla de un pacto entre PSOE, Ciudadanos y Podemos. Alberto Ribera -que gana mucho cuando calla, porque está como ausente- se ha apresurado a decir que él con Podemos no va ni a la esquina. Pero para quien es realmente imposible ese acuerdo es para Podemos, porque supondría distanciarle del bloque soberanista. Así que de repente le han puesto entre la espada y la pared con riesgo de quedar muy mal en la foto electoral cara a una futuras elecciones. Por eso precisamente ha elevado el timbre de su discurso. Y por eso suena algo más cabreado.

Navegar con el viento de cola es fácil. Pero la alta política está azotada por cambiantes huracanes. La gente no tiene memoria y lo que permanece es el último recuerdo. Tania Sánchez, cuando estaban desmontando IU en Madrid, decía aquello de "nunca estaré en Podemos y punto". Y hoy, punto y coma de por medio, está en Podemos. Es así. Es tan corto el amor y tan largo el olvido. Las leyes del mercado mediático establecen que son más importantes las formas que el fondo. Y que todo se olvida entre un partido del Madrid y el siguiente.

Ahora que el PSOE va a poner sobre la mesa un programa de cambio de políticas sociales, Podemos tendrá que enfrentarse a una gran contradicción: tendrá que elegir entre la gente o el territorio. Y Pablo Iglesias, que tiene ojo de guirre, se las ve venir. No es lo mismo estar en el tren que sobre las vías.