La escritora británica J.K. Rowling, autora de la famosa saga de Harry Potter, no acertó a la primera. He leído que hasta doce editoriales rechazaron el manuscrito del primero de sus libros. Rowling tuvo que desgastarse mucho antes de que Harry Potter y la piedra filosofal fuera publicado por Bloomsbury Children''s Books en junio de 1997. Lejos de edulcorar los intentos fallidos, esta autora ahora multimillonaria, que tiene un buen montón de premios en casa por su triunfal carrera literaria (entre ellos el Príncipe de Asturias de la Concordia en 2003), se dedica a ponernos los pies en el suelo hablando de sus propios fracasos.

En uno de estos viajes por internet he dado con el discurso que Rowling pronunció en una ceremonia de graduación de la Universidad de Harvard. Y no deja de ser curioso que ante una audiencia tan académicamente exitosa, ella optara por hablar de los beneficios del fracaso. De forma que comenzó un recorrido vital desde sus veintiún años, cuando entonces era ella la que se graduaba. Siguiendo su propio instinto -y no el de sus padres-, atendiendo ese convencimiento casi vehemente de que lo único que quería hacer era escribir novelas, estudió Literatura Clásica. En un punto y aparte aclara que no los culpa por tener otro punto de vista y sentencia: "Hay una fecha de expiración de culpar a tus padres por guiarte en la dirección equivocada. Cuando eres lo suficientemente mayor para tomar las riendas, la responsabilidad siempre está a tu lado".

Aclaración hecha, la escritora cuenta que al terminar sus estudios se enfrentaba a un "extraño balance" entre la ambición que tenía para sí misma y lo que las personas que estaban a su alrededor esperaban de ella. Describe a su familia sumida en la pobreza y explica cómo la carencia "enfatiza el miedo, el estrés y en ocasiones, la depresión". Sin embargo, me llamó la atención que la escritora expresara con serena contundencia un temor mayor aún que la pobreza: el miedo a fallar.

Rowling era buena en los estudios. Dice que tenía habilidad para superar los exámenes y durante años eso le dio la medida de su éxito, de sus esfuerzos. Siete años después de su graduación fracasó "a una escala épica". "Un excepcional breve matrimonio explosionó", estaba en el paro, era madre soltera y "tan pobre como es posible serlo en la moderna Inglaterra, sin ser un sin techo". "De todos los estándares usuales, yo era el mayor fracaso que conocía", afirma. "Tal vez ustedes nunca fracasen a la escala que yo lo hice", dice con modestia, "pero algunos fallos en la vida son inevitables. Es imposible vivir sin fallar en ocasiones, a menos que vivas tan cautelosamente que no estés viviendo en realidad, en cuyo caso, fallas por omisión".

Revelador, según yo lo veo, no tanto por desvelarnos su propia historia como por la extraordinaria pista que da sobre la utilidad del fracaso: "El fracaso me dio una seguridad interior que nunca experimenté al pasar los exámenes. El fracaso me enseñó cosas acerca de mí misma que no hubiese podido aprender de otra manera. Descubrí que tengo una fuerte voluntad y más disciplina de la que esperaba. Y también descubrí que tengo amigos cuyo valor es más alto que los rubíes". Intento transcribirlo sin interrumpir su relato con una coma siquiera. No quiero estropearlo.

Estar enfocado al éxito, desenfoca el fracaso. Seguramente por esto necesitamos estar mejor entrenados para el esfuerzo y para reconocer ese esfuerzo, que para ser premiados por un logro alcanzado. No solo por una cuestión obvia: somos corrientes, fracasamos, nos equivocamos; sino por sacarle partido al fallo. Dice Rowling que "ese conocimiento es un verdadero regalo".

@rociocelisr

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