Aunque hoy es domingo de carnaval y el título de este artículo pueda resultar equívoco, no les voy a hablar de estas nuestras fiestas, sino de un museo de París, el Museo del Carnavalet, cuyo nombre me pareció sugerente para un día como hoy. También hablaremos de su valor cultural, así como de la apuesta que actualmente está haciendo esa ciudad por renovarlo de cara al turismo cultural que visita el país galo.

Fue creado durante el Segundo Imperio Francés como museo de la historia de París, y está repartido en tres sedes: el Hôtel Carnavalet, situado en el brillante corazón del barrio del Marais, donde se nos cuenta la historia de la Revolución francesa con todos los cambios que trajo consigo; la Cripta Arqueológica de la plaza Notre Dame, museo de sitio que presenta la evolución de la ciudad desde la Antigüedad hasta nuestros días, y las Catacumbas de París, donde, a 20 m bajo tierra, el visitante descubre, lúgubremente, las canteras de piedra que permitieron construir el hábitat de los parisinos desde la época galorromana, y el tenebroso Funérarium, que acoge (y sobrecoge) los restos mortales de entre 7 y 8 millones de parisinos.

En este museo hay espacio para todo: arqueología, diseño, literatura, pensamiento, moda, pintura, escultura, fotografía. Muchos objetos de gran valor y de distintas épocas que muestran la evolución a través de los tiempos de la Ciudad de la Luz.

En el valor es donde quisiera detenerme. El patrimonio histórico posee un valor cultural y un valor económico. El placer y las ganas de consumir los productos culturales crecen a medida que el nivel de consumo y el nivel educativo es mayor, y el gusto es, por tanto, insaciable. En el consumo de este tipo de bienes se valora no solo la satisfacción presente, sino también el peso del resplandor del pasado, en términos de acumulación de conocimiento y experiencia.

En la demanda de cultura no se requiere un bien en particular, sino los componentes de valor que lleva incorporado o los servicios que puedan derivarse. Y en efecto, cuando se visita un museo como el Carnavalet no se demanda el bien en sí mismo, sino el conjunto de valores y servicios que están asociados, que van, desde la emoción estética hasta el valor cognitivo, histórico y de formación, el valor social como seña de identidad.

Los bienes del patrimonio histórico no son un "output" cualquiera, sino que comportan una experiencia cultural de carácter cualitativo (por ejemplo, la emoción estética de contemplar un cuadro o el sentimiento íntimo de reconocer las señas del pasado en la visita de un conjunto histórico).

Esos valores se multiplican en los edificios del Carnavalet. El más importantes es el palacete parisino más antiguo, entre patios y centelleantes jardines, edificado en el siglo XVI para un presidente del Parlamento de París. Allí vivió en el siglo XVII Madame de Sévigné y fue en este lugar donde escribió sus cartas más esplendorosas. Ha sido ampliado en varias ocasiones para mostrar al mundo los vestigios arquitectónicos del antiguo París y muestra una prestigiosa decoración interior. En 1989 se añadió el Hôtel Le Peletier de Saint-Fargeau, que alberga las colecciones arqueológicas del museo.

Los bellos jardines que rodean estos edificios, los mismos y su decoración tienen la atmósfera de una casa aún habitada, con una valiosísima colección de mobiliario y objetos de arte desde la Edad Media al siglo XX, las colecciones de pintura, escultura, mobiliario arqueológico, estampas, dibujos y fotografías ilustran la historia de París y sus orígenes (desde piraguas neolíticas de Bercy, del 4500 a. C., hasta la actualidad).

Y lo mejor, desde mi punto de vista es la colección sobre la Revolución Francesa, la más importante del mundo, con el célebre "Juramento del Juego de Pelota", de David; los retratos de Robespierre, Danton o Marat, las piedras de la Bastilla, la revolución de las mujeres, y los recuerdos de la familia real en el Temple. La vida de sus brillantes intelectuales, la literatura y el arte de la capital es evocada por los recuerdos de Voltaire, Rousseau, Madame de Sévigné, Zola, la Condesa de Ségur y también la habitación donde Marcel Proust escribió su obra "En busca del tiempo perdido".

En breve este museo abrirá una nueva zona donde la Revolución Francesa se exhibe como la absoluta protagonista. No se lo pierdan si viajan a París. Además, la entrada es gratis.