La política nos atorrolla porque, aunque pongamos todos nuestros sentidos, se nos escapa su verdadero contenido, lo que ocasiona frustración al convertirnos en meros espectadores y arrastras de los que deciden por nosotros que hacer.

Las filosofías de los poderes que dominan, acudiendo a textos que hemos leído y releído, se hacen viejas porque su lenguaje críptico permanece secuestrado, lo que motiva que las reflexiones que hagamos acerca de los vericuetos por donde circulan nuestras vidas se nos imposibilita saberlo, cayendo en la ignorancia.

Y en momentos en que el desanimo nos ataca, sin esperarlo, nos refugiamos dentro de una pena grande y de una ausencia que nos llena nuestro espacio vital de innumerables recuerdos, gratos y vivificantes.

La vida, en su vorágine estridente, nos situó, en el tiempo, en espacios diferentes, pero mi prima Avelina es una de esa personas que jamas ha abandonado mi pensamiento. Su recuerdo está lleno de la serenidad de su carácter, de la ecuanimidad de una vida plena de juventud que rodeó de esperas y de ilusión.

Esperas por aquel marino que de vez en cuando llegaba hasta el puerto de La Estaca y subía a Valverde para enlazar un deseo imperioso que transcendiera esa espera para convertirse en la ilusión que se consiguió más tarde.

Avelina estaba donde imperaba la calma, la sonrisa, y nos entretenían sus palabras y hasta aquellas canciones que en los veranos del Tamaduste, en los "tendederos", salían de su voz junto a Candelaria, Juana María, Delfina y tantas otras que festoneaban el verano de sana alegría mientras que nosotros, más pequeños, quedábamos atrapados en el entusiasmo que nos trasmitían.

Mi prima Avelina, como muchos que vivimos en una etapa de nuestras vidas en El Hierro, tuvo que separarse, porque nuestras vidas divergieron y los encuentros fueron muchas veces frustrados, lo que me ocasionaba desasosiego y pena.

Cuando se nos van aquellos que dieron cierto esplendor a una juventud que desde la animosidad producida por ser referentes de futuras actitudes, la verdad, se nos encoge el ánimo y la vida también se nos escapa, porque formaron parte de ella y la ausencia se nos hace universal.

Mi prima Avelina ha llenado siempre muchos escenarios de infancia y juventud, desde cuando iba a su casa y me prestaba, para su lectura, aquellas novelas de "Pueyo", hasta las charlas que se mantenía en la vecindad de su tía María José, comentando las vivencias sanas de una isla, de Valverde muchas veces, envuelta en las brumas del alisio y otras en el reflejo sempiterno de aquellas amapolas que alfombraban la Isla el mes de mayo.

Se nos van, pero continúan en nuestra memoria hoy, acompañadas de una tristeza ilimitada y de una lagrima que en el silencio se nos escapa.