Ahora les han entrado las prisas al PP y a Podemos para que se produzca la investidura. Después de cuarenta días con Rajoy atrincherado en su cueva, sin decir ni pío, dejando que sean otros los que hablen por él y negándose a asumir el coste político de una investidura fracasada de antemano, el PP pide que Sánchez se dé prisa y resuelva en quince días. Y lo mismo pide Pablo Iglesias, bastante cabreado -pudo verse en su penúltima rueda de prensa- por la forma en que empiezan a caminar las cosas. Y es que al PP y a Podemos no les conviene la situación que se crea con el encargo a Sánchez de formar gobierno. Lo que les conviene -lo ha dejado claro el último sondeo del CIS- es una convocatoria rápida de elecciones, en la que poder explicar a la gente que la única forma de desatascar la situación de bloqueo es concentrar el voto en la derecha que está más a la derecha (el PP) y en la izquierda que está más a la izquierda (Podemos). Ese discurso es completamente falso, pero resulta convincente y funcional: una parte de los votantes de derechas más moderados votaron a Ciudadanos y en el PP confían en que parte de ese voto volverá a sus filas, y dará a Rajoy el respiro de quince o veinte diputados más. Aunque eso no serviría para nada: los diputados que lograra de más el PP serían a costa de Ciudadanos. Tres cuartos de lo mismo pasa con Podemos: quieren captar parte de ese millón de votos de Izquierda Unida que no sirvieron para nada. Pablo Iglesias cree que eso lo colocaría como primera fuerza en la izquierda, dándole la posibilidad de gestionar un Gobierno presidido por él. Es pura fantasía: a Podemos le ocurre -en el otro lado del espectro ideológico- lo mismo que al PP: los escaños que consiga los logrará probablemente a costa de reducir el peso del PSOE. No cuenta en la Cámara con fuerza suficiente para articular un pacto de izquierdas. Y no sumará solo con los independentistas. A pesar de ello, ahora tienen mucha prisa porque saben -tanto Podemos como el PP- que el tiempo no juega a su favor.

Es cierto que va a ser muy difícil montar un Gobierno con los mimbres que hoy tenemos, porque la matemática no ayuda, y la geografía de las líneas rojas ayuda aún menos. Pero a medida que avancen las negociaciones, a poco que Sánchez no la pifie, se va a percibir que el único desatasco viable pasa por convocar nuevas elecciones e ir a un acuerdo en el centro. Rivera quiere jugar un papel conciliador en estas negociaciones, y eso podría llevarle a recuperar una parte del voto que se suponía tenía antes de las elecciones. Y si Podemos no entra en el Gobierno, probablemente se enfrente a su fraccionamiento, por la decisión de catalanes, valencianos y gallegos de ir por su cuenta, ahora que saben que pueden aspirar a grupo propio. En tales condiciones, ese estratega oportunista y académico que es Iglesias tendería a olvidarse del gran impedimento para estar en un Gobierno de renovación, que es la posición podemita sobre el referéndum de Cataluña.

Pero para que pueda darse un escenario político más centrado que el actual, tiene que pasar más tiempo, y eso es lo que pueden darle al país estas negociaciones: tiempo para moderarse. También podrían darle un Gobierno. Pero si no hay un acuerdo que incorpore al PP, que parece completamente inviable, cualquier otro Gobierno sería un Gobierno inestable, cargado de hipotecas y destinado al fracaso.