"Me has dado una vida, Daniel. Gracias". Cuando el actor Miguel Herrán concluía así su intervención tras recibir el Goya al mejor actor revelación, tuve la sensación de que esa noche iba a ser difícil superar semejante agradecimiento tan profundo, tan definitivo. Desde hace unos pocos años para acá me he aficionado a ver la gala de entrega de los premios del cine español y no recuerdo unas palabras de tanto calado pronunciadas como si emergieran desde una sima.

En ese momento descubrí al joven intérprete de diecinueve años. El director Daniel Guzmán (que recibió el Goya a la mejor dirección novel) lo eligió para que protagonizara su película "A cambio de nada". Hasta ese momento, Miguel dice que nunca había sido protagonista de nada. Cuando subió al escenario a recoger su estatuilla se expresó con la vivacidad de un muchacho emocionado y la hondura de quien probablemente ha dado un salto de madurez. "Dani: has conseguido que un chaval sin ilusiones, sin ganas de estudiar, sin que le guste nada, descubra un mundo nuevo y quiera estudiar, quiera trabajar y se agarre a esta vida nueva como si no hubiera otra". El director le escuchaba atento, haciendo verdaderos esfuerzos por mantener a raya la emoción que sin más remedio se desbordó. A mí también me encandiló.

¿Qué historia personal acompaña al mejor actor revelación de este año? ¿Qué es eso tan grande que el cineasta Daniel Guzmán ha hecho por él?

En estos días, unos cuantos periodistas ya están empezando a desvelarnos algunas claves que explican un agradecimiento tan rotundo, tan conmovedor, en la gala de los Goya. He leído que fue un martes a las dos de la madrugada cuando Miguel y Daniel se tropezaron por primera vez. Miguel, litrona en mano, acompañado por "unos colegas". Daniel en busca de alguien que diera vida a su personaje. El chico cuenta que lo reconocieron por su papel en la serie "Aquí no hay quien viva", así que se hicieron fotos y pidieron autógrafos, pero no lo tomaron en serio. Es más, creían que el actor-director de cine "iba pedo" y los "estaba vacilando".

Ni mucho menos. Daniel Guzmán llamó a Miguel e hicieron las primeras pruebas frente a la cámara. No resultó bien, el aspirante a actor no se estudiaba los guiones y la liaba. Así ocurrió varias veces. El director no solo no perdió la paciencia, sino que siguió confiando en las posibilidades del chico que había encontrado en la calle. A la quinta vez que lo convocó, Miguel cambió y cambió su destino.

"Era un tío al que no le hubiera importado nada estar vivo o muerto, no tenía nada que perder." Es Miguel describiéndose. Lo ha publicado El Español, revelando quién era este chico antes de que Daniel Guzmán apostara por su capacidad. Ahí cuenta que deambulaba sin rumbo fijo. Repetidor de algunos cursos, no se consideraba un "Ni Ni", sino un "ni ni ni ni ni" y lo aclara: "yo no hacía una puta mierda. Me consideraba el mejor porque sabía no hacer nada de puta madre". La crudeza de su lenguaje destila ese amargo sufrimiento de quien afirma que "no estaba contento" con su vida y no le gustaba "quién era".

El director Daniel Guzmán no solo le ha dado la oportunidad de ganar un Goya (que habría llegado o no). Le dio la posibilidad de encontrar un propósito y con ello, encontrarse a sí mismo. Lo que me admira de esta historia formidable que estoy conociendo es la generosa confianza del director en el potencial del prometedor actor. Su empeño en que Miguel llegara a ver lo que él ya estaba viendo: un puñado de talentos. Su empeño en que Miguel ganara una vida y nosotros un actor espléndido.

@rociocelisr

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