Desde el jueves, en este edificio ya no se puede hablar de política, de sexo, ni de fútbol. Así lo ha decidido doña Monsi, que continua con las sesiones de meditación profunda que le imparte Xiu Mei y que, lejos de sacarle lo bueno que lleva dentro, está fortaleciendo su lado más tirano. Carmela anda bastante preocupada con el asunto, no tanto porque ya no pueda contar con todo lujo de detalles cómo concibió a sus mellizas, sino porque duda de que la china esté capacitada para este tipo de terapias mentales.

-Si doña Monsi sigue con esas palpitaciones musicales lo que debería hacer es ir a un cardiólogo -se quejó Úrsula.

-Eso pienso yo también porque la oriental, antes que mentalista, es hija de uno de los magnates del "Todo a un Euro", donde la calidad brilla por su ausencia -apuntó Brígida.

-¿Y qué será lo siguiente? ¿Prohibirnos salir del edificio? Entonces ya no podré ver a mi Cinco Jotas -temió la Padilla que regresaba de visitar al cerdo, ingresado en una clínica por la picadura de un mosquito en la oreja derecha. Don Justo, su médico de toda la vida, le consiguió una cama, después de que ella le insistiera en que Cinco Jotas era como un hijo. "Un poco cochino pero hijo a fin de cuentas".

El presagio del toque de queda no se hizo esperar. Esa misma tarde, Neruda anunció que, a partir de las siete, ya no podríamos salir del edificio.

-Imposible. Yo bajo la basura a las ocho -recordó María Victoria, enfundada en un traje de pelo de oveja erizado en el momento de ver al lobo.

-Chiquito problema. Lanza la bolsa por la ventana como hago yo -le aconsejó Eisi.

-Esto se ha salido de madres -lamentó Carmela, mientras le daba el pecho a una de las mellizas.

-Y tanto que se ha salido -comentó Bernardo, asombrado por el tamaño de la niña aunque, por la cara que puso, más bien podría ser por el del pecho.

-Pues tú no te quejes, taxista, que todo esto es culpa de las estúpidas terapias de tu mujercita que han trastornando a doña Monsi -le soltó Úrsula.

La tensión crecía a medida que se acercaba la hora del toque. Por si acaso, una hora antes, María Victoria bajó a tirar la basura pero lo único que consiguió fue una multa que le puso un policía que hacía guardia en el contenedor.

A falta de dos minutos para las siete, doña Monsi se presentó en portal con Xiu Mei para cerrar la puerta de la calle.

-¡Espere! Yo tengo que irme a mi casa -protestó Carmela, acomodando a las niñas en el carrito.

-Pues, mala suerte. Esta puerta no se abre hasta las seis de la mañana -dijo impávida doña Monsi.

-Esto va contra la democracia -gritó Úrsula.

-Aquí no se puede hablar de política -le recordó la presidenta.

En medio de la discusión, el ascensor se abrió y apareció Brígida empuñando un fusil Mauser.

-Abra esa puerta de una maldita vez -amenazó.

-¿De dónde has sacado eso? -preguntó aterrada su hermana.

-Lo usó abuelo en la guerra de Cuba.

-Baja eso inmediatamente -exigió doña Monsi.

-Pues abra la puerta -insistió la mujer, mientras alguien desde fuera aporreaba para entrar.

-¡Basta! -gritó la presidenta.

-Eh, baje el labio, señora. A mi no me insulte -se defendió Brígida.

-No es un insulto. Es una orden -le aclaró la presidenta poniendo a Xiu Mei de escudo.

-Quiero salir de aquí -sollozó Carmela.

-Señoras, un poco de cordura -propuso Eisi, arrebatándole el arma de las manos a su vecina y apuntando de nuevo a la presidenta- Usted, abra esa puerta o no respondo.

A doña Monsi le empezaron las palpitaciones. Sintió como si tuviera la batucada entera de Joroperos dentro. Obedeció sin rechistar y abrió la puerta.

-Pero ¿qué pasa? Llevo media hora intentando que alguien me abra -se quejó la Padilla que entró con Cinco Jotas, ya recuperado, aunque lo vi toser un par de veces y para mi que de esperar a la intemperie, ahora, ha cogido un catarro.

Cuando estábamos a punto de regresar cada uno a su piso, Eisi con el Mauser aun en alto nos anunció que mientras la presidenta siga con su mal, él se queda al mando.

@IrmaCervino

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