Siento discrepar de los sesudos analistas políticos e incluso económicos que confunden los términos de inestabilidad e incertidumbre cuando analizan la actual situación política de España. Si en un país cualquiera -y se suele poner los ejemplos de otros países europeos- el hecho de no poder configurar un gobierno estable -Bélgica estuvo 541 días con un gobierno en funciones- políticamente no ha tenido apenas repercusión en el devenir político, económico e incluso social de dichos países (es más, en algunos casos, incluso se mejoraron las cifras del paro o las del PIB), se supone que en España tendría que suceder lo mismo. Pues no.

Quienes piensan así se olvidan de que a dicha inestabilidad política (discontinuidad en ciertas posiciones y faltas de decisiones de la administración), referenciada a esos gobiernos europeos que siempre han mantenido la esencia de las políticas de Estado, no se le ha añadido la variable de tener que sumar la incertidumbre que siempre genera el hecho de que un posible nuevo gobierno amenace con un cambio radical de las políticas actuales, pretendiendo nada menos que derogar las leyes económicas, laborales y educacionales, incluidas la reivindicación de un cambio de régimen, de la forma del Estado y de la propia organización territorial.

Cosa que sí sucede en España, donde, a la falta de liderazgo, de altura de miras, de responsabilidad y compromiso político, de capacidad de diálogo, respeto y generosidad hacia los demás dirigentes políticos y votantes que tienen algunos de los políticos españoles actuales, se une, por desgracia, el personalismo mesiánico, la supremacía moral, la altanería, el victimismo, el odio, el sectarismo ideológico, el rencor y el desprecio por todos aquellos que no piensen como ellos, de algunos políticos que tienen a gala su rancio y patético odio hacia todo lo que significa España.

Y así es difícil llegar a ningún puerto. Cuando los personalismos y los puestos que otorga el poder se anteponen a la defensa del bien común y a los intereses políticos y económicos de esta España descentralizada que destaca por haber remontado con orgullo y sacrificio de todos los españoles una guerra civil, un cambio de régimen desde la dictadura hacia la democracia y un cambio social y económico espectacular -ahora mismo somos el país de la Unión Europea que más crece-, es difícil entender las posturas revanchistas, excluyentes e inmovilistas, cuando no dictatoriales y populistas, que algunos dirigentes políticos actuales están dispuestos a imponer al conjunto de la sociedad española. Lo que está por ver es si dicha sociedad lo va a permitir o no.

De la decisión que tomen los dirigentes políticos, o que volvamos a adoptar los votantes en el caso de que haya nuevas elecciones, dependen el futuro y el bienestar inmediato nuestro y el de nuestros hijos. De hecho, el "Informe Situación España" elaborado por el BBVA estima que, entre 2016 y 2017, el crecimiento de la economía española será de un 2,7%; y que podrían crearse casi un millón de puestos de trabajo; aunque advierte de que podría ser menor debido a la inestabilidad política; y advierte de que si se mantiene dicha inestabilidad en los próximos seis meses debido a la repetición de las elecciones, el impacto negativo estaría entre cinco décimas y más de un punto, repercutiendo incluso en el PIB, el cual podría bajar en 0,5 puntos.

Pero si a dicha inestabilidad le sumáramos el componente de la incertidumbre política, no sólo se ralentizaría la economía -el dinero es muy cobarde y no entiende de patrias ni de ideologías-, sino que podría hacer que los inversores actuales y futuros huyeran a otros destinos más seguros para sus intereses. No hay que olvidar que, entre los riesgos económicos, los expertos han citado la desaceleración de las economías emergentes, principalmente China y los países exportadores de petróleo. Ahora, pues, es el momento de la generosidad, de la responsabilidad y de la apuesta por España.

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