"La princesa está triste. ¿Qué tendrá la princesa?". Por suerte para Rubén Darío su único delito fue ser más cursi que un repollo. No fue franquista, por lo que su nombre está a salvo en las placas de nuestras calles. Ni fue militante socialista canario, con lo que se evitó vivir la esquizofrenia que están pasando en un partido donde los que mandan ya no quieren mandar y los que quieren mandar aún no pueden.

Patricia Hernández no está triste, todo lo contrario, pero terminó convertida en la princesa elegida que consiguió sacar al PSOE de una larga y polvorienta caminata por el desierto. Su éxito no fue ganar unas primarias en las condiciones más adversas, incluso las climatológicas. Su éxito tampoco fue tener unos milagrosos buenos resultados en las elecciones. Su mayor éxito fue cerrar un pacto de gobierno con los nacionalistas cuando los populares estaban dispuestos a cualquier cosa -sí, incluida esa- para cerrarlo ellos.

Después se dedicó a gobernar y aplazó su asalto a la secretaría general del PSOE en Canarias. No era el momento. Lo que pasa es que el vacío, en política, no existe. Y el vacío enorme que algunos detectan en la dirección del socialismo canario se está rellenando con titulares de periódicos y escaramuzas de cara a unas futuras elecciones internas. Las aguas están revueltas.

Los dos partidos que cogobiernan Canarias decidieron que lo más importante era mantener el chiringuito lo más estable posible. Pero lo decidieron los que están dentro. Los que se quedaron fuera tomaron exactamente la decisión contraria. Y estos últimos cuentan como aliado con el antiguo principio de la entropía política, que establece que todo tiende al desorden. Y entonces empiezan las declaraciones de unos y de otros, las mociones de censura aquí y allá, las dudas y las sospechas...

Absorta en las tareas del Gobierno, donde lleva, bastante bien, las áreas sociales, Patricia Hernández parece voluntariamente aislada de ese pandemónium. Pero le salpica. Cometió un error de imagen trasladando su residencia privada a la Presidencia. Muchos que por delante le sonríen utilizan esa decisión para hacer la caricatura de que "le importa más el Gobierno y estar en el poder, que sus compañeros del partido". Critican que ponga por delante la estabilidad del pacto regional al arreglo de los acuerdos municipales que no se han cumplido en Tenerife. Hay un creciente malestar en los socialistas contra el aparato del partido, al que acusan de vivir enajenado de la calle.

Existe una delgada frontera entre el descontento y la sublevación. Todo el mundo sabe que el viejo cuadro de mando del PSOE en Canarias está descontando las horas para mandarse a mudar. Falta autoridad, aunque siga existiendo el mismo poder. Así que los cabreos y las tensiones se desahogan en forma de titulares envenenados. Y hay gente entre los socialistas que está cultivando las espinas del descontento con la paciencia de un monje hortelano y el propósito de convencer a la mayoría del partido de que, además de princesas, hay algunos príncipes disponibles.