Según un informe publicado por Eurostat, que es la oficina estadística de la Unión Europea, España es líder europeo en fracaso escolar, con una tasa del 21,9% de jóvenes entre 18 y 24 años que han abandonado permanentemente el sistema educativo, habiendo completado, como mucho, el primer ciclo de Secundaria (primero, segundo y tercer curso). Este porcentaje duplica la media comunitaria (11,1%) y está todavía muy lejos del objetivo fijado para España de reducir el abandono escolar al 15% antes del año 2020. Como dato curioso diré que la proporción del fracaso escolar es muy superior entre los chicos (25,6%) que entre las chicas (18,1%).

El terrible dato de que España compita con Malta, Rumanía, Portugal e Italia por ocupar el último lugar de Europa en calidad de la educación debería sonrojar tanto al PP como al PSOE, así como a los nacionalistas que gobiernan algunas comunidades autónomas.

A nivel estatal, uno de cada tres estudiantes, a los 15 años ha repetido curso al menos una vez; alrededor del 30% de los estudiantes de Secundaria no obtiene el graduado en la ESO y la tasa de abandono escolar temprana (23,5%) casi duplica la media europea (12%).

Indudablemente, parte del fracaso escolar puede deberse a que no pocos niños y adolescentes se pasan horas delante del ordenador chateando en las redes sociales, que no solo no les ayuda a cultivar su mente y a pensar por sí mismos, sino que les llena la cabeza de montón de basura. Muy pocos son los que en sus ratos libres leen un libro. ¿Y qué ocurre? Pues que el lenguaje que emplean es pobre, cuando no vulgar, ordinario y de mal gusto. Su dificultad para leer comprensivamente o para redactar con un mínimo de corrección es notable. Su comportamiento cívico es también mediocre; no respetan a los mayores. Afortunadamente, no todos son así, también hay chicos/as correctos, educados y responsables.

En el fracaso escolar están implicados en mayor o menor medida tanto los alumnos como los padres, los docentes y el sistema educativo, tan variante. Así, ¿qué podemos esperar de un sistema que en algo más de 43 años ha publicado, nada menos, que ocho leyes de educación? Sí, ocho leyes: Ley General de Educación (Ley Villar Palasí), en 1970; Ley Orgánica del Estatuto de Centros Escolares (LOECE), en 1980; Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE), de 1985; Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE), de 1990; Ley Orgánica de Participación, Evaluación y Gobierno de los Centros Docentes (LOPEG), de 1995; Ley Orgánica de Calidad de la Enseñanza (LOCE), de 2003; Ley Orgánica de Educación (LOE), de 2006, y Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), de 2013. Nuestros políticos parecen expertos en derogarse leyes los unos a los otros, en lugar de hacer una profunda reflexión sobre el hecho de que todos tienen desde hace años competencias educativas plenas en las distintas comunidades autónomas donde gobiernan y, en general, con resultados deplorables.

Los políticos, pues, están utilizando la educación como arma política para desprestigiar al contrario y conseguir votos, y esto es muy grave. Es hora de que se imponga la sensatez y, aparcando diferencias, se llegue a un consenso donde prime, en primer lugar, el interés de los alumnos y que de una vez por todas logremos la estabilidad necesaria para poder dar una educación de calidad que sirva para educar a la persona integralmente.

La educación es cosa de todos, pero si estos todos no solo no colaboran, sino que se contradicen y enfrentan, al final quien lo paga es el sujeto que pretendemos educar. ¡Señores políticos, sean más responsables!