Y llegó el lobo. Ese del que durante tanto tiempo vinimos hablando. Ese que tanto anunciamos. El otro día dio su primera dentellada. Media hora de apagón que afectó a doscientos mil clientes en Tenerife. Una fruslería en comparación con lo que aún nos queda por ver.

El sistema de producción de energía eléctrica en nuestra Isla permanece prácticamente igual a como estaba antes del inicio de la crisis económica. El vertiginoso crecimiento del consumo en el que viajaba Canarias, a tasas del 3,6% anual hasta 2008, se frenó entonces bruscamente. Tanto que hasta 2012 la demanda cayó en total un 1,8%. Consumíamos menos energía. Pero todos sabían que era sólo una pausa producida por la anomalía de la depresión económica que asolaba Europa.

Desde aquellos años hasta hoy no se ha hecho nada para modernizar y asegurar las redes de transporte, que permanecen prácticamente intactas tras las reparaciones que sufrieron después de los vientos de aquella tormenta tropical llamada Delta que en 2005 se llevó por delante algunas torres de las mallas de alta tensión de 66 y 220 kilovoltios y casi toda la red de media tensión de 20 kilovoltios.

En aquel desastre se nos descongelaron los langostinos. Un drama. La gente se indignó, las autoridades se alarmaron y las empresas pusieron a su personal a jugarse los cuernos trabajando en difíciles condiciones -por no decir cosas peores- para arreglarlo. Como cada vez que pasa algo traumático, la sociedad reaccionó con energía y decisión. Se hicieron planes y propósitos de enmienda. Luego pasó el tiempo y llegó el "dolce far niente" canario. La dulce modorra que algunos llaman baifa.

A Endesa no sólo se le pusieron todos los obstáculos para hacer nuevas inversiones. Las redes de transporte fueron entregadas a Red Eléctrica Española, un objeto terrestre no identificado con sede en Madrid, que lleva varios años y varias veces prometiendo invertir 800 millones en la mejora de las redes. Y para solucionarlo todo seguimos hablando -solo hablando- de energías renovables.

Pues bien. Pasó la crisis. El consumo empieza a crecer. Así que un día vuelve a fallar como una escopeta de feria la red de alta tensión. Apagón al canto. Y entonces hay que arrancar Las Caletillas, que tiene equipos de la era de los dinosaurios. Es sólo la punta de un iceberg que viene flotando hacia la proa de la economía de esta Isla. Si la demanda sube por encima de determinados umbrales, vamos a tener que acostumbrarnos a frecuentes petardazos. Hemos perdido miserablemente el tiempo en el que pudimos habernos preparado para el futuro. El futuro ya está aquí, a oscuras.

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Españolito que vienes al mundo, te guarde dios, una de las dos Españas te ha de helar el corazón. El eco de Machado se vuelve eterno entre las cuatro paredes de este país invertebrado. No sólo nos desgarran los territorios, las tierras y las patrias. Es mucho peor el hachazo de esas dos naciones que conviven odiándose desde el principio de todo: la que como seña de identidad de lo moderno sigue rechazando a los curas y la que sigue hablando de "rojos" con anciano desprecio.

En el ser de España, de cada diez cabezas nueve embisten y una piensa, dicen que dijo el poeta.

Esta semana, para confirmarlo, la Justicia ha sentado en el banquillo a Rita Maestre, una joven que asaltó a pechos descubiertos una capilla universitaria. Cabría preguntarse qué hace una capilla católica en una Universidad laica de un estado no confesional. Pero pasemos por alto las preguntas incómodas. Ya que está, coño, deja que la gente que está dentro célebre sus ritos esotéricos y sigue tu camino hacia la verdadera capilla universitaria, que es el bar de la facultad. Interrumpir un rito religioso es una intolerable intromisión en la vida y la libertad ajena. Es más fácil hacerlo, desde luego, con los mansos corderos católicos porque no veo yo a Rita entrando en una mezquita con las tetas al aire y cagándose en las barbas del profeta frente a una animada concurrencia de musulmanes. Va a ser que no.

Pero una falta de respeto no es necesariamente un delito. Como una obra de teatro no puede ser una apología de nada que no sea el arte. Las dos Españas quieren impedirse la una a la otra porque jamás aprendieron a respetarse. Se quieren llevar ante la justicia para lavar sus ofensas con puñetas. No se tienen respeto. En esta sociedad desquiciada todo se arregla intentando destruir a la otra mitad distinta. Qué necio e intolerante país y qué mala pinta tiene.