Las contracciones que circulan a nuestro alrededor hacen suponer que sí que estamos en una sociedad que ha finiquitado la modernidad, y aunque muchos se titulen "modernitas", que son nuevos, que traen aires de progreso tanto en la política como en la sociedad, se percibe todo lo contrario. El pasado los ata y los pone en el escenario del mundo como personajes emuladores de Polichinela.

Desde el mandatario norcoreano con sus ínfulas imperialistas o el ruso empeñado en la vuelta a la Guerra Fría, hasta el poderío norteamericano que empieza a enseñar sus flaquezas con personajes de opereta que aspiran a la Casa Blanca, como los que tenemos decidiendo qué hacer con el Estado español, hay que pensar que los incordios, la mentira y el pitorreo son los que viven al observar las majaderías que dicen y hacen.

En una sociedad inmersa en la ignorancia cuando se da pábulo a la mediocridad y sometida a la esclavitud, cuando los mejores se encuentran perdidos y el gran resto les ríe las gracias a los mediocres, hay que pensar que la descomposición es evidente.

Vivíamos en el silencio acompañados de pensamientos capaces de poner erguido al ser humano, lo cual duró bien poco, aunque ahora se nos dice que el hombre hay que liberarlo, pero ¿cómo?

Difícil cuando vivimos aturdidos por el ruido de un sinfín de palabras huecas y sin sentido, perdidos en la muchedumbre, guiados por las antorchas de los salvapatrias, personajes que siempre estimulan la risa, si es que aún quedan ganas de hacerlo.

Recibíamos del mundo pocos mensajes, pero hoy estamos bombardeados por ellos y atosigados por palabras que circulan a lo largo y ancho del planeta y que no dicen nada, que solo nos informan de que algo no va bien, ya que cuando se recurre a esa manera de comunicación es que la soledad es desgarradora y se vive en un vacío preocupante que se intenta llenar poniendo en circulación la memez soportada por un aburrimiento desolador.

La fuerza de la modernidad estaba basada en su apertura hacia una sociedad cerrada y fragmentada, pero que se ha agotado, sobre todo, cuando se intensifican las medidas para el control social puestas en práctica, y por ley, por aquellos gobernantes que han sido incapaces no solo de cumplir sus promesas electorales, sino que han elevado la mentira a su más alta categoría social.

Y ahora en esta sociedad machacada, y con gran atrevimiento, se nos dice por unos y otros que ha llegado, ¡por fin!, el hombre nuevo y que nos está tocando a la puerta, cuando lo que se aprecia son los rastrojos de una huella vieja que, indeleble, vive y que indica todo lo contario.