Es el título del discurso pronunciado por el Dr. D. Francisco José Perera Molinero en su ingreso como Académico de Número en la Real Academia de Medicina de Santa Cruz de Tenerife. Era la tarde del día 23 de febrero de 2016. Me emocionó tanto por su contenido como por el coraje de su exposición en un foro repleto de médicos, cual era el salón de actos del Colegio de Médicos.

Antes de entrar propiamente en el discurso, el Dr. Perera Molinero quiso tener un recuerdo y agradecimiento a su padre, que fue el Dr. D. Antonio Perera Reyes, "médico de maletín debajo del brazo (...), uno de esos médicos que curaban el cuerpo y el alma de sus pacientes" y que "en muchos casos, como ocurría con frecuencia en aquellos tiempos, actuaba como médico, confesor y consejero de sus pacientes". De tal palo no podía salir otra astilla. Y así, su hijo, el que ingresaba en la Real Academia, de la que también fue Académico su progenitor.

Tal introducción me hizo recordar gratamente mi tiempo de chaval en el Puente de Vallecas (Madrid), en el que mi familia estaba en la iguala del Dr. D. Luis A. Ortiz Aragonés y del que recuerdo, con cariño y respeto, cómo cumplía con esa dedicación y humanismo; tal y como lo hacía el Dr. Perera Reyes, padre del nuevo Académico. Recuerdo que se les llamaba "médico de cabecera". Ya, en nuestro sistema de salud, se ha venido en denominar "médico de familia". Y el propio sistema ha venido a desincentivar las cualidades de aquellos médicos. Hoy, el "médico de familia" no lo es. Y cuando te toca en suerte uno con esa carga de humanismo, viene a ocurrir que el sistema te lo cambia porque era médico sustituto, porque no tenía la plaza en propiedad, etc., etc. Lo he vivido. Lo he sentido.

El primer párrafo del discurso sentaba ya una base sólida de la que devendría el texto en su totalidad. Decía así: "Cuando hablamos de profesionalidad en nuestro tiempo y en nuestro entorno, imaginamos que el buen profesional es aquel que conoce perfectamente la materia que estudió a lo largo de la carrera y que domina las técnicas necesarias para su desarrollo. Se ignora la obligatoriedad del compromiso moral. Se hace más énfasis en la pericia que necesita el oficio, que en los principios éticos que deben sustentar toda práctica médica". Y terminaba el discurso así: "El buen médico (...) debe aunar en su actuación profesional, conocimiento y compromiso ético y moral hacia sus pacientes. Sólo así se podrá hablar de alcanzar una auténtica excelencia de la profesión sanitaria".