Cuando llega la noche uno se prepara para acomodarse en el sillón y encontrar algo decente que ver en televisión. A veces, ni paseando el mando arriba y abajo en los más de ochenta canales disponibles encuentras algo significativo y agradable que te entretenga. En otras ocasiones no sabes qué elegir, pues encuentras varias cosas interesantes o películas de la misma temática. Total, que la guerra en los medios limita el interés del espectador, y todo se reduce a quedarte ante un programa que evite el exceso y sobrecarga publicitaria. Los anuncios van por estaciones, así que ahora le ha tocado el turno a los antigripales, y en siete minutos te colocan un abanico de posibilidades para sanarte, aunque en realidad todos tienen la misma base: curan y aburren, según la reacción de tu cuerpo, y saben a rayos. Para paliarlo hay que tomar algo dulce detrás, de lo contrario te vas a la cama con un sabor desagradable en el paladar que no te quita la pasta de dientes.

Después de la cena, una buena sesión de cine o entretenimiento te lleva a la cama suelto y distendido. Las personas mayores dormimos poco, o mejor dicho no descansamos lo suficiente. Afortunadamente en casa tenemos los mejores "Trankimazines" del mundo: nuestras mascotas gatunas, y en concreto a Sheldon, un animalito que es la alegría de la familia. Cada uno tiene su personalidad, unos entran y salen, comen y duermen, otros son muy mimosos, alguno es rabisquilla y también hay asustadizos, pero este es muy peculiar: tiene un carácter fantástico, le gusta estar con la familia, es simpático, juguetón, grande y hermoso, el más guapo del barrio y de toda la estirpe felina que ha habitado en esta casa. Aquellos que disfrutan de sus mascotas dirán que es amor de padre, pero lo corrobora todo el que pasa por casa y lo conoce.

Las veterinarias de su clínica disfrutan con él porque se deja hacer de todo, es muy bueno. Entre sus peculiaridades está que no le importa mojarse, de hecho muchas veces duerme en la ducha, el bidé o los lavamanos, pero lo que más le caracteriza es la pelambrera y el enorme rabo, que parece un plumero. Le encanta que lo cepillen. Si hay un sitio que le gusta particularmente es echarse entre el teclado y la pantalla del ordenador, jugueteando con tus dedos y moviendo el rabo continuamente para desconcentrarte y llamar su atención para que juegues con él.

El mejor momento del día es cuando se coloca pegadito a mi muslo para que lo acaricies hasta que se sacie. Si te paras, te mira y te toca con las patitas para que sigas sobándolo. Este gesto te deja con una placentera serenidad que no te lo produce ninguna tisana. Verdaderamente es un animal que da paz, y que pese a su sueño profundo se mantiene alerta, y en cuanto nota el menor ruido, mueve las orejas. Sabe antes que nosotros que llega alguien, y de inmediato se coloca para saludarlo y que el recién llegado lo acaricie. Él decide para qué sirve cada humano. Con unos es mimoso, con otros recorre la casa, dando saltos y jugando. Es incansable. Como todos los felinos, tras la hora loca que tienen cada día, vuelve a su reposo, pegadito al que esté sentado en el sillón, para una nueva sesión de caricias hasta que decides acostarte. Entonces se hace dueño del asiento, se espatarra cual largo es y se queda profundamente dormido.

Cuanta vida nos dan las mascotas. Hace años tuvimos a otro igual de peculiar, se llamaba Rubi y era tan grande que la veterinaria decía que era un "gatopótamo". Nos dejó un grato recuerdo, como todos los que han habitado en casa, y algunos han supuesto un revulsivo para la familia.

Hay gente que no comprende esta devoción hacia nuestros animalitos; prefiere un perro porque le cuida la finca. Los gatos no son desagradecidos como la gente piensa; sí son más independientes, pero son igual de sorprendentes. Lo importante es cuidarlos y esterilizarlos para no llevarte sustos innecesarios por sus correrías. Dicen que no se puede querer igual a un animal que a una persona, pero no estoy de acuerdo. Teniendo a uno como este, sí.

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