Desde hace décadas, la televisión es el gran dispositivo ideológico de nuestras sociedades. La frase de Pablo Iglesias, expresada dentro de una gran reflexión sobre el nacimiento de Podemos, es determinante para entender qué es lo que está pasando en las negociaciones para formar un nuevo Gobierno.

Si no se parte de un análisis mediático, lo que está ocurriendo podría sumir a cualquier ciudadano en un estado de perplejidad. ¿Dos partidos sin mayoría suficiente para gobernar firman un pacto para apoyar una investidura? ¿Un candidato, que sabe que no cuenta con los votos suficientes, acepta caminar desde el escaño hasta el atril de oradores? ¿Todo esto para qué si ya se sabe que no va a ganar?

Pese a que lo parezca, este no es un caso de esfuerzo inútil que conduzca a un estado de melancolía política. Pedro Sánchez sabe muy bien lo que está haciendo, cuáles son sus riesgos y sus posibles beneficios. Lo mismo que Albert Rivera. Los partidos políticos están moviéndose con un ojo puesto en el calendario político y el otro en las encuestas electorales. El asunto no está -solo- en formar Gobierno, sino en la imagen que se ofrece a los ciudadanos que van a ser convocados a una repetición de las elecciones hacia el mes de junio.

El PSOE y Ciudadanos están escenificando un intento de aplicar un programa de reformas. Su pacto habla de transformaciones en un país que las necesita. Frente al proyecto asertivo de estas dos fuerzas políticas, quienes vayan a la contra están representando lo negativo, la resistencia, el freno a un proceso de cambio. Y en esa oscura esquina se van a encontrar, probablemente con mucha desgana, el PP y el bloque de partidos que se agrupa en torno a Podemos.

El discurso de investidura de Pedro Sánchez será, previsiblemente, una pieza oratoria de ilusión y de futuro. No en balde puede ser el primer acto de su campaña electoral. No va a convencer a ninguno de los 350 diputados, que ya vienen convencidos de casa. Se va a dirigir a los ciudadanos de un país estupefacto, que lleva desde diciembre esperando que los partidos políticos sean capaces de arreglarse con el diabólico reparto que les dieron las urnas del descontento. El resto del elenco de mañana subirá al atril con el mismo guión: hacer llegar sus mensajes a la gran masa de electores que está a la espera resignada de una nueva cita.

Habrá luego unas encuestas pueriles que nos dirán cómo lo hicieron unos y otros, otorgando aprobados y suspensos de escaso valor sociológico. Nunca llegaremos a ver los sondeos que a mediados de la semana que viene tendrán los aparatos de los grandes partidos y que van a ser determinantes para sus reflexiones estratégicas. Aquellos que pierdan expectativas de voto en unas futuras elecciones van a pensarse mucho lo de repetir. Son los medios. Es la tele, estúpido, como diría Carville, la que va a elegir entre un gobierno en precario o unas elecciones.