Hay muchísimos casos judiciales que con profusa actualidad acaparan la atención de los medios y la opinión pública. La duración de los procedimientos permite que hasta prácticamente la entrada en la sala de vistas, los investigados puedan seguir haciendo todo tipo de declaraciones. Obviamente, una vez dentro también. Lo que pasa es que el escenario ya es totalmente distinto, y toda la verbosidad anterior queda en suspenso, supeditada a otras reglas radicalmente distintas que nada tienen que ver con el bullicio de antes del juicio.

Lo milagroso resulta en cómo en esas circunstancias de total agitación, manoseo de la información, manifestaciones a favor y en contra, ensalzamientos, hagiografías o condenas y anatemas, la Justicia funcione autónomamente. Si todo está en el espacio público, en un teatro de debate, lo más parecido sería el circo romano o una asamblea estudiantil o de fábrica, donde parece no haber espacio para la administración de justicia. Ocupado todo el espacio público, ese "no espacio" sería la burbuja judicial, aislada y preservada del entorno vociferante; una especie de quirófano, en el que la asepsia y el aislamiento queden garantizados, y de esa forma el más riguroso y concienzudo trabajo.

De hecho, eso es lo que viene a ocurrir, afortunadamente. Como leí hace poco, la corrupción en España no ha progresado más, porque ha tropezado con tres valladares insorteables: el sistema judicial, la policía y los altos funcionarios del Estado, sí, del Estado. Lo que no parece que se pueda contradecir, consiguiendo gracias a su probidad y profesionalidad, la salvaguardia clara de la Ley actuando de cortafuego.

Evidentemente, los ciudadanos no podemos sustraernos a preferencias, prejuicios, ideas y anticipar nuestros veredictos, o sea, el fallo que nos gustaría. Evidentemente me pasa como a todos. Pero cuando no acierto (tampoco estoy muy pendiente), siempre hay un reconocimiento de la sentencia, por cuanto se han tenido en cuenta cuestiones de fondo o procesales que yo ignoraba o fui incapaz de entrever. Guste o no. La justicia tiene una legitimidad ontológica, que es el razonamiento lógico dentro de un sistema que no puede eludirse.

Lo que parece más difícil de describir es la burbuja aplicada al justiciable. El justiciable sabe que su sumisión es a un proceso, por un asunto concreto está circunscrito a él, y que no supone límites a su integridad civil. En cierto sentido hay una simetría o una réplica de esa burbuja: la acotación, sin ramificaciones indebidas. Pero jamás de su libertad de pensamiento, iniciativa y expresión.