Pude haber elegido la insoportable levedad del político Óscar López, las tonterías de Ronaldo servidas como goleadas del mejor ariete o el análisis centrifugado sobre las infinitas versiones que viajan por el espacio con el mismo título de acuerdo entre el PSOE y Ciudadanos.

Nada de eso escogí, sino que reaccioné eléctrico y despegué mi culo del sofá. Luego abrí el campo de juego, pasillo al fondo, y me invité una panorámica de montañas verdes de Anaga. ¿Qué frío, por cierto? ¿Qué lluvia tan fina y tan calmada, tan húmeda, y cómo terminaba mojando?

Con la luz callada, acerqué la mano al toallero chico junto al lavabo y extinguí todos los restos helados de la precipitación. Me lancé a la cama, estiré el brazo al máximo y lo toqué: di con él. Fue la salvación de esa noche aún cercana de domingo sin poder salir a la calle, al parque, en busca de los filipinos que alegran el barrio con botes de pelota de baloncesto y luces que solo alumbran sonrisas.

Allí estaba, sobre la mesilla de noche, encima de otros. En ese lugar reposaba hasta que las yemas de mis dedos se encargaron de acariciarlo, de abrir con molestia sus olorosas hojas para poder fijar la mirada en letras y más letras escritas con toda su música y sabiduría. De la mesilla de noche me traje a la cama "El punto ciego" de Javier Cercas, y me estaba sabiendo tanto su lectura de ensayo glotón, que casi me empacho. Esa sensación tuve. Cercas me secuestró la noche de este último domingo.

Me vino muy bien, demasiado bien para no esperarme tal gloria. La culpa fue del televisivo Óscar López, entonces en La Sexta, o bien del consenso discontinuo servido hasta en la sopa por la derecha que pactó con la falsa izquierda para dar forma a un marco político llamado a morir casi sin haber nacido en un espacio de reacomodo con marca de centro-derecha.

Fue ese calambrazo lo que trastocó, y las mismas majaderías de siempre, en este caso procedentes de todos los portavoces posibles. Por ello creo que vi en el espejo cómo elevaba la tapa de portada de "El punto ciego" y empezaba a bucear en él.

Cercas, que me atrapó esa noche de domingo y hoy [por el lunes] me tiene que no veo la hora de tumbar mi cansino y griposo cuerpo sobre el edredón de la misma cama anestesia, me dejó planchado, quieto, disfrutando a tope con la lectura visual: de izquierda a derecha y vuelta a la izquierda en la siguiente línea para desembocar de nuevo en el extremo más a la derecha. Y una y otra y así casi todo el libro de una tacada.

Cercas, el mismo autor de "Soldados de Salamina" y de "Anatomía de un instante", me ha revolucionado, me ha puesto en alerta. Ha conseguido que tuviera la sensación de estar pendiente de un monólogo que entra sin freno en mi mente para reubicarse en cualquier celdilla cerebral y luego convertir toda esa energía acumulada en alimento del criterio y la coherencia. Ufff...

Todo esto surgió de esa manera, a partir del desquicie sufrido otra vez por la estulticia de la política; por el tiempo frío y lluvioso de aquella noche; por la mano que busca ciega la toalla que mejor seca; por el lecho que espera un cuerpo hambriento de literatura, de reflexión, de pensamiento...

Cercas dice en "El punto ciego" que "la novela necesita cambiar, adoptar un aspecto que nunca adoptó, estar donde nunca ha estado, conquistar territorio virgen, para decir lo que nadie ha dicho y nadie salvo ella puede decir. Es mentira, lo repito, que las novelas sirvan sólo para pasar el rato, para matar el tiempo, para volverlo más intenso y menos trivial (...). Sobre todo sirven para cambiar la forma de percepción del mundo del lector; es decir: sirven para cambiar el mundo. La novela necesita ser nueva para decir cosas nuevas; necesita cambiar para cambiarnos: para hacernos como nunca hemos sido".

Así mismo, me digo, debería ocurrir con esta chatarra de política.

@gromandelgadog