Se opina que no es útil que en el mundo de la Medicina se produzca un divorcio entre la pública y la privada, después de que algunas comunidades autónomas hayan manifestado intenciones políticas dirigidas a la interrupción del traslado de pacientes de hospitales públicos hacia centros privados, olvidando una deseable colaboración entre ambos que, en un principio y dejando al margen excesivos planteamientos económicos, desemboca, o debería hacerlo, en una mejor atención sanitaria hacia los enfermos antes de que estos pasen a engrosar la categoría de clientes.

Parece claro que, por ejemplo, una de las soluciones a las incomprensibles listas de espera sea la de atravesar el atajo hacia los centros privados; la otra, y más importante y urgente, situar al frente de las responsabilidades sanitarias a un buen gestor. Esto, que parece una perogrullada, constituye el meollo de la cuestión, pues en estos últimos veinte o treinta años muchos ineptos han poblado los despachos y las consultas de los diferentes hospitales sin llegar a ningún tipo de mejoras (salvo excepciones).

Es por ello quizás que el sector privado esté tomando una importancia que lo lleva a una expansión inimaginable hace poco, tanto en el terreno profesional como en el de equipamientos. Además, y esto lo tiene muy en cuenta el paciente, el trato humano se distancia cada día más, y mientras en lo público el enfermo tiene condición de paciente, en lo privado se transforma, o lo transforman, en un magnífico cliente que paga sus consultas a través de compañías de seguros que, igualmente, proliferan sin cesar, lo que obliga a los centros privados a adquirir otros inmuebles próximos al principal y a contratar profesionales mejor remunerados. Aquí, en Tenerife, tenemos a la vista varios ejemplos de cómo crecen y crecen estos focos de salud. Claro que no hay que olvidar que al ciudadano español la Seguridad Social le obliga a cotizar aunque no utilice sus servicios y, por el caos de estos, le fuerza a contratar una atención sanitaria privada, convirtiéndolo de paciente ahuyentado a cliente a la vez.

Continuando con la sanidad pública, el nuevo Gobierno de Canarias, con alardes de cohetería, anuncia, ¡por la vía de urgencia!, las camas en el Hospital del Sur. En un principio iban a ser 98, pero un dichoso fallo burocrático ha dejado el número reducido a la mitad. En la reunión mantenida por el presidente Fernando Clavijo, el consejero de Sanidad, Jesús Morera, y el presidente del Cabildo de Tenerife, Carlos Alonso, siguiendo la pauta de anteriores políticos, indicaron sentirse preocupados, sobre todo, por la prestación de los servicios oncológicos del citado centro, pues es de las necesidades más perentorias de las gentes del Sur. Los tres, sin embargo, no han dudado en declarar que la reunión fue absolutamente fructífera, ya que la finalización de este centro inacabable se visualiza al final del túnel. La nueva fecha, pacientes lectores, la sitúan a principios del verano. Mientras, en el Hospital del Norte no se ha dispuesto aún el bloque quirúrgico y, por tanto, los quirófanos no existen. Todos también estuvieron de acuerdo en que el servicio al norte de la Isla estará en funcionamiento en un breve plazo de tiempo. Y así, los dos hospitales aparecen cada poco en los medios, envueltos en papel de celofán con el fin de que los ciudadanos dejen de lado convertirse en clientes de los centros privados que ya existen en las dos zonas.

Además de estas amenidades, 120 médicos, formados en los dos hospitales de Tenerife, se han tenido que colegiar en otras provincias para poder ejercer su profesión. Según el presidente del colegio tinerfeño, Rodrigo Martín, la mayoría de facultativos que se marchan de las Islas es por la falta de plazas en el sistema público. En Canarias solo hay 4.000 médicos con plaza fija o de interino, cuando son cerca de 10.000 los colegiados. La calidad asistencial se ve afectada seriamente, lo que conlleva a que el enfermo busque amparo en los centros privados, convirtiéndose, obligatoriamente, en un cliente mejor atendido.