Mañana ocho de marzo, día de San Juan de Dios y de la Mujer, cumplo ochenta años. Haber llegado a esta longevidad es un verdadero regalo, y teniendo en cuenta que mi padre falleció con cincuenta y siete, a partir de aquí los años venideros serán recibidos como se merecen.

No se siente uno diferente ante este acontecimiento, pues como el cuerpo pasa factura, hoy será igual que mañana y seguirá costando subirme los calcetines y abrochar el botón de los calzones. Después de infinidad de pruebas y consultas médicas en el último año, de salud estoy bastante bien aunque no logre quitarme el sobrepeso. Un poco de régimen y caminar al menos una hora diaria harán mejorar mi estado general. Así que trataré de hacer caso a los facultativos para procurarme algunos años más con cierto bienestar.

Permítanme hacer hoy un repaso de mi vida aunque implique escribir también la historia de los que tienes alrededor. Nací en el 36 en el seno de una familia de clase media, padre militar andaluz y madre ama de casa tinerfeña. Durante la guerra y la postguerra la familia vivió en Ferrol, Las Palmas, Tenerife y Jaén, así que los nueve hermanos nacimos repartidos por distintas provincias de España. Mi infancia transcurrió mayoritariamente en esas tierras andaluzas, por lo que guardo gratos recuerdos de entonces. El ejemplo que obtuve de mis progenitores es impagable, pues sacar adelante esa prole y que todos saliéramos derechitos y sin causar problemas debió de ser muy duro y de auténticos luchadores. La fortaleza y el esfuerzo fueron claves para conseguir una hermosa y digna familia, mantenida económicamente con una paga de militar.

Viví infinidad de anécdotas con mis hermanos, enumerarlas llenaría páginas en una novela. Nos reíamos mucho de las situaciones difíciles, porque el humor y la positividad son muy importantes, pero fueron tantas que prefiero dejarlo estar. Estábamos muy unidos, pero los mayores salieron pronto del seno familiar y formaron sus hogares, así que junto con Carmen, mi hermana mayor, soltera, nos atribuimos la responsabilidad familiar y fuimos de los primeros en aportar nuestro granito de arena a la olla común. Fue nuestra tata, nos cuidó y mimó desde bebés hasta que tuvimos uso de razón y pudimos echarle una mano. Desde los doce años ya aportaba mi pequeño sueldo a la casa, y seguí incluso después de haberme casado. Pasamos las mil quinientas, pero nunca nos rendimos. Una simple jícara de chocolate era un premio extra en la alimentación. Fuimos felices y disciplinados, y el seno familiar fue una balsa de aceite.

Desde mi llegada a la isla en el año 53 me he dedicado a esta tierra. Primero fui asalariado y después empresario y emprendedor, pero siempre saqué tiempo para los demás de manera altruista y desinteresada. Ese es mi legado, los años dedicados a las personas con discapacidades en Aspronte, periodos en La Cámara y las Federaciones de Comercio buscando lo mejor para la economía de la isla, épocas de actividades deportivas y recreativas en diversos clubes de tenis, y por supuesto mi amor por las melodías clásicas en el Patronato de Música, la Ópera y la Zarzuela.

Recuerdos felices de viajes en compañía de grandes amigos, muchos de ellos desaparecidos. Un repaso de una vida dura, de contratiempos y dificultades, pero completa de puertas adentro, pues lo más bonito y completo es mi mujer. Casi 55 años juntos y no salgo de casa sin despedirme con un beso. Fuimos unos novios ilusionados y pronto formamos una gran familia con seis hijos. Ella es una madre ejemplar que los ha criado y educado con ejemplo y respeto, y el resultado es que son nobles y responsables. Mientras buscaba el sustento ella administraba con orden y concierto, y aunque ha habido dificultades siempre hemos superado los graves contratiempos. Sigue el cariño y el amor, y doy gracias por la suerte de conocerla, por los años en común y por todo lo que me ha proporcionado.

Ahora tengo la enorme necesidad de estar en casa, de que nada ni nadie rompa nuestro humilde estilo de vida. Ha sido mucho tiempo fuera trabajando, por lo que merezco tranquilidad los años que quedan. Ese es el secreto de un hogar: calor, respeto y cariño.

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