Existen valores que entran en profunda contradicción, como la libertad y la igualdad. Los que defienden la primera están haciendo imposible la segunda, porque en una sociedad absolutamente libre no se dan las premisas para que todos sean iguales. La igualdad se garantiza y se impone con normas que restituyen el equilibrio para los menos favorecidos, para los menos capaces o menos afortunados. La igualdad de oportunidades, que es la base de la verdadera libertad relativa, se apoya en un desigual reparto de los recursos que la sociedad destina a sus ciudadanos.

En un lugar de Valencia, de cuyo nombre no logro acordarme, han decidido rendir homenaje a la igualdad de las mujeres poniendo un monigote con falda en un semáforo. Es un gesto de buena voluntad, por más que sea un tanto machista identificar a una mujer por una falda (pudiera ser incluso un semáforo escocés). Gran parte de las políticas de igualdad se basan en la escenografía, porque lo que se pretende es poner en el primer plano de la denuncia pública una sociedad que deviene de un estatus privilegiado de los machos. Pero la sola denuncia sirve de muy poco.

La historia de la humanidad está basada en un relato de poder que, salvo muy contadas excepciones, estaba en manos de los hombres. También eran ellos los que se mataban. Eran los gobernantes y al mismo tiempo los que cavaban trincheras en el barro y la sangre de los campos de batalla. Las mujeres entraron en el protagonismo de la sociedad cuando se convirtieron en piezas esenciales de la maquinaria productiva. La gran revolución femenina no fue solo el sufragio, que lo fue, sino el acceso a las universidades y a la formación, que les llevó después a entrar en el mercado de trabajo multiplicando el capital humano disponible.

La realidad es que sigue existiendo una diferencia perceptible entre el rol de los hombres y de las mujeres. Se acorta la brecha, pero existe. Y previsiblemente irá desapareciendo conforme nuevas generaciones de mujeres sigan desembarcando en más y más puestos de responsabilidad laboral y social. Para acelerar el proceso se han inventado mecanismos perversos que lesionan la igualdad, como las listas "cremallera" en los partidos políticos, que consiste en no elegir a los mejores, sino en elegir en razón del sexo con independencia del talento o la capacidad. Y es que hoy, dicen, es necesario aplicar la "discriminación positiva" (que es un oxímoron imposible, como el agua seca) para conseguir la igualdad.

Los canarios cobramos, de media, los salarios más bajos del Estado. Es una realidad que deseamos cambiar. Pero eso no quiere decir que seamos una minoría discriminada. Igual sólo significa que somos más tontos. En el caso de las mujeres y el mundo laboral, las diferencias retributivas con los hombres irán desapareciendo tan lenta como inexorablemente. Y no será por cambiar los semáforos, sino porque en las universidades y centros de formación de hoy, decenas de miles de mujeres serán las profesionales del mañana.