Clemente, Julián y Nayra se han pasado los últimos meses turnándose para darle el biberón a la pequeña Dolly. Cuando nació, en noviembre, su madre no quiso saber nada de ella y se encargaron de darle calor, comida y unos cuantos achuchones. Dolly ya no necesita que la ayuden a alimentarse, se vale por sí misma, pero ellos siguen desviviéndose por ir a acariciarla o a ponerle pienso. "Ella es mi preferida, es la que más me gusta", repite Clemente. Lo mismo le ocurre al resto de sus compañeros, que preguntan constantemente por esa oveja negra que vive en el patio, junto a otra buena selección de animales, desde gallos hasta tortugas o un conejo. Estos chicos, y 44 más, son atendidos en el Centro Psicopedagógico del Hospital San Juan de Dios porque padecen algún tipo de discapacidad asociada a graves problemas de conducta. Desde hace siete años aquí se practica la terapia con animales, que contribuye al desarrollo de afecto y responsabilidad al mismo tiempo. De esta diminuta arca de Noé aprenden lo complejo y emocionante que es encargarse de otro ser vivo.

Clemente vive en el centro, igual que 37 compañeros más. Los nueve restantes -entre ellos, Nayra- van cada mañana y se quedan todo el día. Los traen sus propias familias o vienen desde el Centro de Educación Especial Hermano Pedro, en Ofra. El equipo que trabaja en San Juan de Dios ha preparado una completa rutina para ellos, que va desde hacer manualidades o lectoescritura al trabajo con gallinas, conejos, tortugas y, por supuesto, las ovejas. "Estos talleres son muy positivos para ellos. El hecho de hacerse cargo del sustento de otra vida, de la alimentación, de la limpieza, unido al intercambio emocional que puede producirse a ese nivel, les ayuda a canalizar sus propias emociones y sentimientos. Trabajamos aspectos como la empatía, la responsabilidad, el respeto, la tolerancia...", explica la directora de las instalaciones, María de la Rosa Pérez.

En este centro perteneciente al Hospital San Juan de Dios están empleadas alrededor de 50 personas. La plantilla está formada por educadores, psicólogos, trabajadores sociales y psiquiatras. "Intentamos que todos los chicos participen en el taller con animales, pero con algunos, pocos, no conseguimos que toleren ese intercambio, y con ellos se hace otro tipo de actividad".

Este espacio no es un centro al uso para personas con discapacidad. "Todos los chicos que están tienen problemas de discapacidad, pero también graves trastornos de la conducta. Es un perfil que no es el de un centro tradicional. Los trastornos de conducta están asociados a agresividad o disrupción... Eso hace que sea muy difícil que los chicos tengan una integración sociofamiliar y sociocomunitaria adecuada. Por eso buscamos este tipo de terapias, para que puedan optar a otro tipo de socialización y de normalización", expone la responsable. María de la Rosa Pérez empezó a trabajar en el centro cuando abrió, hace ya seis años. Desde el principio hicieron del contacto con animales su seña de identidad. De hecho, cuentan con otra actividad de equinoterapia y han incorporado la terapia asistida con perros en sus instalaciones de la isla de La Palma.

A pesar de la gran demanda que existe de plazas para personas con discapacidad, este centro, que ofrece sus servicios a través de un concierto público auspiciado por la Ley de Dependencia, tiene espacio sin cubrir: dos plazas residenciales y seis de día. "Estamos esperando a ver si la Administración pública las cubre y nos las financia, que es el gran problema", cuenta la directora.

Los beneficios de la terapia con animales son evidentes: los chicos mejoran su manera de relacionarse con los demás y médicos y educadores calibran hasta dónde puede llegar su autonomía personal. "Trabajamos con ellos la preparación para la vida independiente. Para ello, desarrollamos una actividad muy interesante en la Casa de La Labor, en Tacoronte". En algunos chicos los cambios se ven muy pronto; con otros, en cambio, hay que esperar bastante más. "Vivimos cada pequeño logro con una inmensa alegría". Su gran aspiración es favorecer el empoderamiento gradual de estas personas. "En la actualidad no existen recursos para el desarrollo de la vida independiente de personas con discapacidad intelectual y problemas de conducta. Por eso estamos intentando hacer proyectos piloto, como el de Tacoronte". De vez en cuando los chicos pasan un día en la casa: se encargan de preparar la comida y trabajan como si fuera una terapia de hogar funcional. "Es muy gratificante para ellos".

Ahora también está en preparación otra iniciativa -"que todavía no ha salido adelante"- de una vivienda para la vida independiente para cuatro personas, dentro del terreno donde se ubica la clínica, que supera los 3.000 metros cuadrados. "Hay personas que, con apoyo, podrían vivir solos. Hay chicos que llevan mucho tiempo estabilizados y te preguntan: ¿y yo no voy a tener opción de hacer otra vida? Y lo cierto es que están en su derecho. Creo que nos toca a todos hacer una reflexión más profunda e ir cambiando mucho la forma de pensar", apunta Pérez.

A Clemente se le notan esas ganas. Al pasar por delante del piso piloto, lo observa y dice: "Ahora no se puede abrir, pero esto es una casa completa. Tiene de todo: camas, almohadas, sábanas...". Y no deja de sonreír.