Desde jovencito he transitado por la calle Castillo varias veces al día. Conocía cada uno de los comercios y tenía amigos que trabajaban en alguno de los establecimientos y con los que a la salida paseábamos por la plaza de la Candelaria hasta que oscurecía y las chicas volvían a sus casas. Casi todo el mundo se conocía porque siempre ha sido una calle muy comercial y de movimiento peatonal. Acompañaba a mi jefe a visitar lo que se consideraba el centro de los negocios en la céntrica plaza Weyler, y allí se mercadeaba con todo, preferentemente con las aguas. Era una época donde con un simple apretón de manos cerrabas una transacción. Hoy todo es diferente, las franquicias acaparan la calle y la mayoría de los antiguos comerciantes han desaparecido.

Hace unos días nos entró un poco de nostalgia y junto a mi amigo de la época volví a pasear por la zona. Creo que en la década de los sesenta tenía un aspecto más señorial, porque en la actualidad está menos cuidada e incluso sucia y abandonada. No entiendo cómo siendo una calle tan importante para la ciudad, ahora que además nos visitan muchos más turistas y llegan cruceros constantemente, puede estar en ese estado, con losetas rotas y deterioradas, fachadas de edificios que no ven una mano de pintura desde hace años, y las dichosas pintadas de los gamberros de turno. Es un mal ejemplo para los visitantes, y si la comparamos con la calle Triana de la isla vecina nos quedamos a la altura de un betún.

No me gusta hacer sangre y menos atacar a los responsables políticos, pues entiendo que hacen lo que pueden. Lidiar con la falta de responsabilidad de algunos ciudadanos no es fácil, pero recomendaría aunque sea más vigilancia para detectar a esos desaprensivos y mal educados que con nocturnidad y alevosía bajan en manada y cuya única obsesión es romper todo lo que encuentran a su paso dejando su marca particular con el espray de colores.

Me cansa la impunidad de esos grafiteros que utilizan los espacios privados como lienzos, dejando su huella en las paredes de edificios emblemáticos de la Noria, Cruz Verde y adyacentes. Hace poco se recuperó un edificio antiguo en la calle Nicolás Estévanez, esquina a Dr. Allart, que debió costar un pastón, y qué triste es que ahora sea un auténtico asquito. Otro ejemplo es la vía del Barranco Santos que te permite cruzar la ciudad hacia los barrios altos en tres o cuatro minutos, y que está hecha una pena.

No entiendo cómo una sociedad que sabe divertirse y dar buenos ejemplos en los grandes acontecimientos tiene esta forma de comportamiento el resto del año. No existe respeto ni civismo por la arquitectura o escultura urbana. Así nunca tendremos una ciudad limpia y cuidada. Espero que el proyecto de Cepsa de recuperar grandes paredes y hacer una obra de contenido llamativo, dure lo máximo posible, y no aparezcan los destrozadores de turno plasmando sus sellos personales.

Siento decirlo, pero es necesaria mano dura en la educación, la disciplina es ineludible en muchos ámbitos, y la mayoría de las veces no sé qué están haciendo los padres para enseñar a sus hijos que necesitamos una cuidad bonita y cuidada. Hasta que no se aplique ejemplaridad y un justo castigo a los culpables, no habrá solución; las cámaras ayudarán, pero debe haber más castigos sociales, pues ya se ve que las multas no solucionan nada, se declaran insolventes y adiós muy buenas. La ciudad y las empresas privadas ofrecen lienzos en blanco para que puedan explayarse. La educación empieza en casa y se complementa con la enseñanza en el colegio. Si los demás cumplimos con las reglas, denunciemos esa forma de proceder. Menos hablar de libertad y colaboren más para que la sociedad aprenda de las democracias europeas, donde no ves un papel en el suelo; si te ven cruzando un semáforo en rojo, el nativo te echa la bronca; donde la gente paga religiosamente los transportes públicos, los ciudadanos cuidan sus calles y donde puedes comprar un periódico y dejar las monedas sin que nadie se las lleve.

Mucho camino por recorrer en el que debemos ser responsables, no solo los políticos.

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