Forman parte del paisaje urbano. Son los que la vida, en una curva, echó de la carretera por la que seguimos circulando mal que bien el resto de los ciudadanos. Nos cruzamos con ellos en el soportal de un edificio, en los cajeros automáticos transformados en vivienda, en las chabolas, en los bancos de las plazas.

En Santa Cruz hay censadas unas trescientas personas sin hogar que han transformado cualquier rincón del municipio en un sitio donde pasar la vida. El ayuntamiento se gasta dos millones de euros en intentar atenderles con medio centenar de trabajadores públicos especializados en esta tarea que no siempre es fácil. Una parte importante de los "sin hogar" son personas que padecen alguna patología mental. Son mayores, en su gran mayoría hombres, que en no pocas ocasiones sufren importantes deterioros físicos a causa de una mala alimentación, del alcoholismo o enfermedades que se cronifican. La pobreza no es muy saludable.

En España, los impuestos se comen la mitad del sueldo de un mileurista, que es el perfil mayoritario de los trabajadores de este país de países. De un salario de 20.100 euros brutos ("Una revolución Liberal para España", J. R. Rallo) un trabajador tendría que pagar -lo hace su empresa- 4.600 euros a la Seguridad Social. Además de eso se abonan 1.500 euros por el impuesto sobre la Renta. Y como todo ciudadano consume para vivir, a través de los impuestos indirectos termina pagando otros 2.100 euros anuales a las arcas del Estado. Esta es la realidad con la que se despluma cotidianamente al trabajador medio. Y la base que lo justifica es que formamos parte de un Estado de bienestar que redistribuye la riqueza, que presta servicios básicos a todos los ciudadanos sin excepción, de forma tal que ninguno quede desvalido e indefenso.

La triste realidad, como muestran las pruebas, es que no sucede así. Las familias tienen que cargar además de con sus hijos con sus mayores, porque las administraciones públicas no se hacen cargo de sus cuidados al final de sus vidas ni existen suficientes centros de mayores. Las administraciones locales, cabildos y ayuntamientos, han tenido que situarse en la primera trinchera de esa cruenta guerra contra la marginación y el olvido. Cada "sin techo" que nos tropezamos en la calle es un grito silencioso que demuestra cómo nuestra sociedad sigue teniendo rincones oscuros donde no llega la solidaridad con la que nos despluman.

Santa Cruz ha pedido ayuda, porque cree que resulta injusto que el municipio se gaste dos millones de los recursos de los ciudadanos en atender a estos necesitados. Los vecinos pagan por tener calles, porque les recojan la basura y les limpien la ciudad (además de por otras cosas más extravagantes). Quienes tendrían que atender a estas personas de forma diligente son otras administraciones. Pero no va a ser así. Me temo que van a ser los ayuntamientos los que seguirán luchando por no dejar a estas personas en la cuneta. El Estado del Bienestar está en estado de coma discutiendo asuntos más importantes, como quién pondrá el culo en la poltrona.