Conocía -poco- a Pepe Naranjo, de habérmelo tropezado por Las Palmas, y -bastante más- de leer sus trabajos, durante los años más difíciles de la inmigración clandestina a las Islas, cuando decenas de miles de africanos comenzaron a llegar desesperados a las costas de Canarias y aquí se les recetaba exactamente el mismo criterio repatriador que hoy se aplica en las fronteras de Europa con los centenares de miles que llegan desde Siria, Libia, Egipto o Afganistán. Un día, hace ahora diez años, un amigo común me pidió que participara en la presentación de su primer libro -"Cayucos"-, una recopilación de reportajes sobre el salto de los africanos entre aquella y ésta costa. Los textos publicados en el libro quedaron finalistas en el premio Debate de reportajes: frente a tanta voz fascista, demagógica o embustera, enturbiando sistemáticamente la difícil realidad de los hechos, resultaba de agradecer que alguien como Pepe Naranjo, un periodista honrado, un hombre que nunca quiso descubrirnos el mundo, sino sólo explicárnoslo un poco, se dejara caer con sus verdades de camionero en un tiempo tan cruzado de mentiras. El mérito de Pepe era contarnos la odisea de esos seres humanos -hombres, mujeres y niños- que se jugaban la vida en el salto y a veces no lo consiguieron, poniéndoles cara y voz a los protagonistas. Durante casi diez años de esfuerzo profesional, el periodista viajó por Marruecos, el Sahara, Argelia, Mali, Mauritania y Senegal, y llenó la memoria de su oficio de vivencias compartidas con otros seres humanos, de encuentros y desencuentros, de reflexiones y denuncias. Centenares de historias contadas por sus protagonistas a un periodista enamorado de su oficio, para que él las contara al mundo con una pluma vertiginosa más que ágil, la pluma precisa y prodigiosa de alguien que en aquella presentación califiqué como "nuestro Kapuscinski local", para sonrojo suyo y sorpresa de profanos al oficio. Pero comparar al periodista Naranjo con el periodista Kapuscinsky, otro enamorado de las luces y ruidos de África, el hombre que nos recordó que "los cínicos no sirven para este oficio", no fue en absoluto una "boutade" ni un exceso...

Diez años y un par de libros después de su sonrojo, a este reportero canarión afincado en Dakar, nacido en Telde pero bregado en cien territorios, entre ellos el territorio moral de la verdad y la decencia, le han reconocido con el Premio Canarias de Comunicación, una distinción enturbiada durante lustros por el favoritismo o la pleitesía. No digo que no haya otros periodistas grandes que lo recibieran o que pudieran merecer esta distinción. Lo que digo es que Pepe Naranjo ilumina y prestigia el Premio Canarias con la intensidad de alguien irrepetible, diferente y singular, alguien ajeno al patio de Monipiodio de nuestro periodismo provinciano, alguien que aprecia esta profesión porque aprecia a los hombres, alguien que renunció a la distancia, a la convención o la estadística, para contarnos la aventura de esa Humanidad africana, emigrante desde los indicios de la Historia y colonizadora del mundo. Un gran periodista de hoy, este Pepe Naranjo, perdido en el único lugar dónde supo hallarse a sí mismo, que nos dice que África no es un país. Que es la energía inquieta y desbordante de millones de seres, un futuro posible, y también el recuerdo de que antes de vivir adocenados por el lujo, el bienestar y el éxito, los canarios también tuvimos que saltar el mar en busca de la felicidad.