"Todo aquel nacido de mujer lleva sobre sus hombros a sus padres. No sobre sus hombros. En su interior. Durante toda su vida debe llevarlos, a ellos y a todo su cortejo, a sus padres, a los padres de sus padres, una muñeca rusa preñada hasta la última generación. Vaya a donde vaya lleva padres en su entrañas cuando se levanta, lleva padres en sus entrañas tanto si se aleja como si se queda donde está. Noche tras noche comparte su cama con su padre y su lecho con su madre hasta que llega la hora", afirma Amos Oz.

Me sirve la cita para reflexionar sobre la infancia y la paternidad, porque ambas se entrelazan y se necesitan. Aunque mis palabras van dirigidas a la tarea paterna, para penetrar más en la hondura de la influencia sobre los hijos. O sea, a la importancia de la fidelidad. Y tal vez no esté de más anotar esto: que debe apuntar al heroísmo. Porque "la infancia es lo que alimenta la vida", como sentencia Christian Bobin, quien también explica que en el orden del espíritu se derriban las "leyes de la madurez: el hombre es en ella la flor, la infancia es el fruto (...).Mirando al adulto se descubrirá al niño".

El filósofo Gabriel Marcel ha sabido exponer el papel de la fidelidad para "los padres de familia, esos grandes aventureros del mundo moderno", como certeramente los describió Peguy. En su ensayo El misterio familia, Marcel afirma que se debe disipar un error frecuente sobre la fidelidad, pues tendemos "a considerarla como una disposición interior orientada hacia el mantenimiento puro y simple de un estado existente de cosas, como una simple salvaguardia. Pero en realidad la fidelidad más auténtica es una fidelidad creadora". Superando, además, las situaciones difíciles, como explica este filósofo francés: "Si hoy tantas almas parecen sordas a las llamadas de la fidelidad creadora es porque han perdido totalmente el sentido de la esperanza (...). Espero en ti para nosotros: tal es la fórmula auténtica de la esperanza".

Tejer día a día la fidelidad familiar, con la creatividad de una obra de arte. Porque el amor no se hace, se crea. No es algo escrito en una receta, sino el fruto de un ideal que se construye con pequeños actos diarios como el que borda un delicado tapiz: perdonar, no juzgar, ser sincero, compartir la intimidad, encontrar pequeñas complicidades...

En relación con esta virtud, leía pocos días atrás una consideración muy sabia de Pablo d''Ors: "Siempre, siempre estamos a tiempo de corregir. Siempre podemos recomenzar y, no solo, ¡siempre deberíamos hacerlo! Una parábola desastrosa puede, al final, redimir su desastre. O al contrario: vivir bien y estropearlo todo al final. La vida, ¡qué misterio!".

Pero "vivir es convivir", como exponía Ortega y Gasset, y puede ocurrir que quien convive haga imposible "aquello que nace solamente cuando se comparte", en palabras de Zambrano. Por ello, me parece necesario referirme a aquellos padres que por cualquier circunstancia -y jamás seré yo quien realice juicio moral alguno sobre ninguna persona concreta- tengan que vivir su paternidad en circunstancias de separación familiar: precisamente porque la situación no es idónea, pienso que deben intensificar el deber de fidelidad hacia sus hijos.

Del legado de los padres a los hijos, apuntaré solo lo que refiere, de nuevo, María Zambrano, agradecida, sobre el profundo amor a la verdad -"le había enseñado desde siempre a amarla", dice de sí misma- que su padre le dejó como maravillosa huella educativa: "Porque todo podía ser perdonado allá en los años de la infancia, disimulado en la adolescencia acabada de pasar, todo menos la mentira, el engaño".

Leopoldo Panero, en su poema "Epitafio", escribe: "Ha muerto / acribillado por los besos de sus hijos / absuelto por los ojos más dulcemente azules / y con el corazón más tranquilo que otros días". Preciosa fidelidad creadora.

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