"No puedo competir con tus servicios; tú no puedes competir con mi atención". Con esa filosofía se presenta Carmen Martínez, propietaria, casi por casualidad -o no-, del establecimiento hotelero más antiguo de Santa Cruz: la pensión Cejas.

El local de la calle San Francisco, en el barrio de El Toscal, que cumple en 2016 nada menos que 71 años, intenta huir de la oscura nube que, con el tiempo, fue cubriendo a estos pequeños pero tradicionales lugares de hospedaje.

Fundada en 1945 por José Dorta y Juana Cejas, sus emprendedores abuelos, la pensión ha dado cobijo durante todos estos años a miles personas, prácticamente de todas las partes del mundo. Marineros, soldados o comerciantes fueron clientes habituales del pequeño negocio de El Toscal.

Primero con sus fundadores, originarios de Los Silos, al frente, y luego con los padres de Carmen regentándola -Enrique Martínez y Mari Carmen Dorta-, la pensión Cejas se hizo, poco a poco, un hueco en la historia de Santa Cruz.

Así transcurrió su día a día hasta que, hace siete años, el fallecimiento de Mari Carmen sumió el negocio en una pequeña depresión. Ella era el espíritu que movía los hilos en el antiguo caserón de tres plantas construido en 1906. Pero el parón solo duró año y medio.

Tal vez porque el destino se lo tenía preparado -nunca tuvo relación con este sector-, tal vez porque se lo debía a su progenitora, Carmen se vio, de repente, "obligada" a tomar las riendas del establecimiento. "Nunca entendí la pasión que ella tenía por esto hasta que yo asumí la dirección", reconoce ahora la propietaria. "Es un negocio sacrificado, pero gratificante", añade.

Unas reformas, pero sin perder la esencia que siempre acompañó a la casa, y el trato personal que brinda a todo el que traspasa la puerta fueron la humilde aportación de Carmen para que la pensión Cejas recobrara vida. Dos ejemplos: el café se sirve en cafetera italiana, de las de toda la vida, y la puerta principal puede abrirse aún con un nilon desde la planta alta.

"Es como venir a casa de los abuelos, pero pagando", ironiza la dueña. Y casi que podría ser verdad. La oferta se limita a siete habitaciones con capacidad para 12 personas, con dos baños y un aseo. Y no porque la vivienda no dé para más, sino por una cuestión de principios. "No se puede aumentar el número de alojados y bajar la calidad", sentencia la propietaria.

Y de ello dan buena cuenta los clientes en los que se ha especializado ahora la pensión: los senderistas extranjeros. Con Anaga como reclamo -principalmente- Carmen ha logrado que las reservas se repitan de un año a otro, incluso de la misma habitación. Estadounidenses, australianos, franceses o alemanes son "residentes" habituales del número 47 de la calle San Francisco.

Prueba de que algo, o mucho, está haciendo bien son las valoraciones que la pensión ha logrado en dos páginas web especializadas en búsquedas turísticas en internet como son Booking.com (tercera tras el Mencey y el Silken Atlántida) y Tripadvisor (8,5 y número uno en su categoría).

Un gran homenaje que, sin querer, Carmen ha logrado brindar a sus padres, que se conocieron en la pensión -él era un marinero gallego- y en ella se casaron.