Con este título la famosa escritora Agatha Christie titula una de sus intrigantes obras, donde pone en evidencia la existencia de la maldad en el género humano, algo que la experiencia, cosechada en nuestra larga vida, nos ha puesto de manifiesto en muchos casos, viéndola aflorar sin contemplaciones en nuestro entorno, destrozando naciones, pueblos, empresas, familias y personas, siempre como una constante donde extraños seres -por llamarlos de alguna manera indulgente- han sido y son protagonistas de los más esperpénticos y reprobables hechos.

En paralelo a la maldad marcha en el mundo entero la envidia, ese pecado capital que es "el homenaje que la mediocridad rinde al talento", como acertadamente hemos comprobado infinidad de veces.

Personas cuyos antecedentes no han estado limpios en sus actuaciones ante el mundo esconden sus miserias con actitudes malignas propias de sus principios, andando por la vida rompiendo todos los esquemas dignos de la convivencia humana, muy lejos de poder asumir los designios de un escenario en paz lleno de valores espirituales, morales y justicieros, tarados por los recuerdos de sus infames e infaustos hechos en los que han participado como actores -quizás, muchas de las veces de forma involuntaria u obligados a ellos-, pero que han marcado su vida para siempre y cuya rememoración les obliga, como una autodefensa, a intentar justificar estos hechos, acusando injustamente a sus semejantes como culpables de ellos.

"Se puede hacer todo lo malo que se quiera siempre que no te descubran". Estos eran los principios de un malvado personaje afortunadamente ya desaparecido.

Este es el escenario donde está anclada la corrupción, la envidia, el odio y el desprecio a la bondad. Es el paradigma de la maldad, lamentablemente generalizada en todos los órdenes de la vida que transitamos, y que muchas de las veces llegan hasta nuestro entorno más íntimo, acabando inmisericorde, con los mejores proyectos y las más grandes y modélicas ilusiones, sin las más mínimas contemplaciones.

Los ancestros, las raíces, los genes... son las fuentes de la maldad en toda su extensión y sin ninguna excepción: gato blanco o negro, caza ratones.

No son casualidades los instintos de las razas o las preferencias de estas por tal o cual actividad. No deben ser despreciables los antecedentes históricos de unos hechos o de unos personajes para analizar su comportamiento. "De tal palo tal astilla". La vida nos ha enseñado que es así.

La contraposición de este nefasto panorama lo tenemos en las enseñanzas de alto valor que se siguen en los principios de la Universidad para la Paz, organismo de las Naciones Unidas fundado en 1981, con las más nobles intenciones, gracias a la tenacidad, el esfuerzo y la visión futurista del mundo, de hombres como Rodrigo Carazo Odio, llorado presidente de Costa Rica, un país que no tiene ejército y que su presupuesto en armas se lo gasta en la educación. ¡Lástima que esa no sea una tendencia mundial!

La ocurrencia de tratar ahora este vidrioso tema es parte de una modélica e idílica relación que nos llena de recuerdos de "buenas prácticas", trayéndonos a la memoria hechos y situaciones en las que en nuestra vida hemos tenido la oportunidad de ser actores como activista docente.

Los años, las situaciones, los hechos y las realidades van formando un escenario a nuestro alrededor donde se van decantando los buenos y los malos, unos con sus caras sin arrugas y su mirada limpia al frente, otros con ellas marchitas, maltrechas, y miradas huidizas marcadas por la maldad que les viene persiguiendo desde sus más profundas raíces.

No todo está perdido. Existe Rotary Internacional, en cuyos principios no caben la maldad ni la envidia. "La comprensión y el respeto, la justicia, la razón, la fidelidad con los que viven contigo: la comunidad, la familia, los amigos..., es el principio de la Paz". "Servir es mi ocupación".

*Del Grupo de expertos de la Organización Mundial del Turismo, de las Naciones Unidas (ONU)