Más de un padre se vio en la tarde de ayer en un brete. Tener tres, cuatro o cinco años y encontrarse de pronto en mitad de un acto en el que desfilan vírgenes de rostro doliente, cristos ensangrentados y otros personajes de una historia a esas edades desconocida genera dudas, que son la antesala de la pregunta. O de una avalancha de ellas. Veinte minutos en las proximidades de un grupito de cuatro niños permiten dar fe de esa circunstancia. La primera aclaración, de carácter básico: "Papi, ¿por qué le está saliendo sangre?". Detrás vienen, entre otras: "¿Quién es ese?", "¿Y el otro?", "¿Son amigos?", "¿Por qué tiene un cuchillo clavado?". O hasta alguna más pragmática: "¿Cómo se mueven?".

Y los padres intentando dar respuesta o hasta regatear sus propias lagunas. Es lo que sucede en una procesión, la Magna lagunera, que entre sus características tiene el ser muy familiar. Es también turística. Este Viernes Santo se podía comprobar con la presencia de numerosos extranjeros -la indumentaria los delata- desde los desplazamientos de todos los tronos hacia la Catedral, en la previa del posterior desfile. En la parroquia de La Concepción había ajetreo desde las 15:30 horas; también los pasos de Santo Domingo y Las Catalinas debían ser trasladados. Una operación compleja, especialmente desde el punto de vista de los horarios.

Pasadas las 16:30 horas, ya estaba todo el engranaje a pleno rendimiento, igual que el sistema cardiovascular de los organizadores. "¡¿Qué crees?!", respondía sin muchos rodeos el presidente de la Junta de Hermandades y Cofradías (JHC), Pedro López, a la pregunta de si estaba nervioso. La Catedral era por entonces un hervidero de cofrades y de composiciones de piezas de imaginería que representan la Pasión. En total, 24, procedentes de los distintos templos del centro de la ciudad y de los de sus barrios aledaños, como es el caso de San Benito, San Lázaro y San Juan.

Puntualidad londinense. A las 17:00 horas, el desfile estaba ya en la calle. Siguiendo el orden cronológico de las vivencias de Jesucristo. Delante, las mangas cruces y la Burrita, que muestra la entrada en Jerusalén. Detrás, los demás: la Santa Cena, las Lágrimas de San Pedro, Nuestra Señora los Dolores, el Señor Atado a la Columna, las Angustias, la Cañita, la Sentencia, María Santísima de la Amargura, Nuestro Padre Jesús Nazareno, la Soledad, el Cristo de las Caídas, la Santa Faz, la Humildad y Paciencia... Un conjunto amplio de tallas de buenas gubias.

Se acabó vaciando la Catedral; ya estaban todos por fuera. Solo quedaron dentro dos señoras rezando, ajenas a los cirios, las cruces de guía y los capirotes que subían por La Carrera y bajaban San Agustín en una tarde cada vez más fría, pero con público. La Magna tiene imán, quizá porque es también una muestra artística y un modo didáctico de explicar a los más pequeños el catolicismo. Aunque a veces se da el caso de que las preguntas se desbordan.