Las conversaciones entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez no terminan de arrancar. Esta próxima semana parece que habrá un encuentro que trascienda al Twitter. Pero las escaramuzas previas nos han enseñado algo: de luz y taquígrafos, nada de nada. Primero se reunirán ellos y luego -si eso- ya nos lo cuentan. Razón tenía el otro Iglesias, Julio, cuando cantaba aquello de "la vida sigue igual". Después de anunciar un cambio de modos políticos, al final las negociaciones son como siempre han sido. O peor, si me apuran, porque nunca antes se hizo tanto el ridículo con amagos, fintas y redes sociales de por medio.

Es lo normal. Uno come y después va al baño y no al revés. Lo primero es negociar un acuerdo con el PSOE y conseguir unos ministerios y una vicepresidencia. Y después -si eso- se convoca a los círculos para que ratifiquen el acuerdo por aclamación. A la búlgara, como si dijéramos.

Claro que, según los estatutos de Podemos, la definición de las políticas de acuerdos o eventuales alianzas con otros grupos sociales o políticos corresponde a la Asamblea Ciudadana Estatal, que son todos los inscritos de Podemos. O sea, que no sólo tienen que aprobarlo, sino definirlo. O lo que es lo mismo, que lo que se le ofrece al PSOE, con sus ministerios y sus cositas con lazo, tendría que haber sido consultado previamente y democráticamente y muchos más "mentes", con las bases de Podemos.

Porque ni en las competencias del Consejo Ciudadano Estatal, ni en las del secretario general, ni en las del círculo, el cuadrado, el rectángulo o la hipotenusa de Podemos, aparece que nadie tenga la capacidad de inventarse un pacto, meterle contenido, repartirse el pescado, proponerse como vicepresidente y luego llevar todo eso empaquetado a la gran asamblea.

Por lo visto las nuevas formas de la nueva política son como las viejas de la vieja, pero en plan simpático. En realidad, Pablo Iglesias no ofrece al PSOE un pacto, sino una sonrisa del destino. Por eso no la lleva a consulta previa. A ver si el pibe no va a poder sonreír cuando le salga de los cataplines.

La medida de Podemos está en esta historia: dimiten diez dirigentes de Madrid en desacuerdo con la labor de Luis Alegre, hombre de Pablo Iglesias. ¿Y qué ocurre? Iglesias le corta el cogote al secretario de organización del partido, Sergio Pascual, por no haber evitado las dimisiones en masa. ¿Y Alegre? Pues como su propio nombre.

Iglesias practica realmente el centralismo democrático y una autoridad que no tiene nada de asamblearia. Lo de la democracia directa y los círculos ha resultado ser una vana ilusión de que esta gente sí que estaba dispuesta realmente a someterse al berenjenal de las decisiones discutidas en juntas generales, que son un ingobernable coñazo. No era así. Esto es más de lo mismo.

Nada nuevo bajo el sol. Podemos afirmó que todas las listas electorales de todos los niveles territoriales se confeccionarían mediante elecciones primarias y abiertas. Y luego fue el dedo pantocrático de Pablo Iglesias el que eligió a personas de reconocido prestigio para encabezar las listas donde le volvió a salir de los errejones. Hechos consumados y luego aceptados. Así será por lo visto si hay pacto con el PSOE. Primero revolcón y luego, si eso, aclamación.

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Esta semana, por cierto, se celebra el debate parlamentario del estado de la nacionalidad canaria. Hubo una época en la que el solo enunciado levantaba ronchas entre los fervorosos defensores de la España una, grande y libre. Pero luego el tiempo pasa, la caspa se cae y la gente se hace a todo.

Los grupos parlamentarios de la oposición quieren apretar las clavijas a Clavijo. Es lo que se espera bajo un techo ornado con los nombres de insignes compositores de una banda de instrumentos desafinados. Pero no será fácil desgastar al sonriente presidente. Primero porque es de los que calzan guante de seda en un puño de hierro. No es fácil hacerle perder la sonrisa. Además, el primer año de gobierno se ha cerrado con dos medidas en las que el Gobierno se ha llevado el apoyo de cabildos y ayuntamientos: un plan de inversiones con los dineros de IGTE y una nueva ley de suelo.

Es cierto que las heridas y secuelas de la crisis siguen abiertas y la oposición, como es su obligación, siempre ve el vaso medio vacío. Pero el Gobierno ha tenido la habilidad de marcarse un objetivo que todo el mundo conoce: conseguir un acuerdo unánime en el Parlamento en torno a la defensa del REF y de un nuevo sistema de financiación para las islas. Para no salir en esa foto hace falta tenerlos bien puestos. Así que es difícil que salga mal lo que antes de debatirse ya salió bien. Y no sé si me entienden.