Acompañado de un oloroso y sabroso café, primero abrazado a través del olfato y luego consumido a pequeños sorbos, para demorar el momento en que tener que decirle adiós, no sé muy bien si tirar por enésima vez de un recurso tipo Bárcenas, con origen en la política y sus corruptelas, o si casi será mejor pensar en el rico tinto casero de los altos del Valle de La Orotava, el de estos días cercanos por desgraciada hoy archivados.

Ni Bárcenas ni Urdangarin ni la madre que los parió... Ni partidos ni políticos ni ministros ni concejales ni debates parlamentarios... ¡Me rindo! Aquel vino elegante y la mejor compañía disfrutada me hicieron olvidar las cosas vulgares y muchas veces irrelevantes (otras no lo son tanto, vistas muy en serio) que más alumbran el día a día, esa especie de comidilla ácida que domina el ambiente y entra por las rendijas de los sentidos para dejarlo todo apestando, inundado.

Hice bien al advertir que, en vez de hablar de todo tipo de abonos orgánicos aprovechando el encuentro rural, lo mejor era tirar de las novelas que uno tenía del otro y el otro de uno, y sobre todo convencer a los demás comensales de por qué era importante no ir de despistado con estos objetos de lujo, que, si uno se hace el loco, el que recibe la literatura se arriesga a no tener más del que la ofrece, y entonces ya se sabe quién sale perdiendo.

Que sepan que este no es el mal ejemplo de mis amigos, que, a diferencia de lo que musita Serrat, son todos muy presentables. Gracias a estas tonterías, al ambiente familiar, al día inmejorable que se había invitado solo y a la compañía de algunos animales (los de verdad, los indefensos), fue fácil no recurrir a tanto bergante que hoy aflora en este país sin soluciones.

De manera sencilla, logré pasar de toda aquella chusma y abrazar proyectos que siempre son incumplidos, pero que, como el buen café, resultan un verdadero placer olfatearlos. Así mismo me pasa con los libros que están y también estuvieron, como aquellas magníficas obras por mí selladas que el amigo de barrio me dijo que tenía en casa: "El vano ayer" de Isaac Rosa y "El abrecartas" de Vicente Molina Foix.

Fue hablar de esas novelas y rememorar los buenos momentos, los tiempos placenteros que dieron esas lecturas cargadas de magia y a la vez de envidia cochina: por las historias reflejadas, por cómo estas se cuentan y por cómo todo queda envuelto en el más bello papel de regalo.

Ahora preparo dos nuevos libros para el mismo amigo de barrio, que así recupero los anteriores. Él aún no me ha pedido "Nieve" de Orhan Pamuk, que no sé si sabe que yo soy el que lo tiene. Hace tiempo que lo mimo, aunque pronto dejará de ser mío. Ley de vida. Por fortuna, siempre será a cambio de otro.

@gromandelgadog