A pesar de que la vuelta a la rutina implica otra presunta corrupción "pepera" en Arganda del Rey, entre promotores y Consistorio, relativa al clásico pago en negro a cambio de licencias. También viene incrementado el horror de los atentados de Bruselas y París con otro reciente en Pakistán, perpetrado ahora por talibanes. Pero no son estos los temas, pese a ser acciones detestables, a los que quiero referirme.

Considerando a la Isla como una nave anclada en el Atlántico, nos trasladamos a la parte de popa, denominada toldilla, y más concretamente al jardín situado sobre la timonera, donde se muestra frondoso el verde más intenso de la línea litoral. Confieso que estos lugares, por su clima más fresco, ocupan los primeros puestos en mis preferencias paisajísticas, gracias al apoyo de los alisios. No obstante de esta comarca, pese a su potencial climático mucho menos agobiante que el de la cara sur, más apropiado para los ateridos visitantes europeos que se desquitan en la tumbona playera practicando la vuelta y vuelta a pelo, o salpimentándose con leche hidratante y filtro solar, entiendo sus reivindicaciones municipales basadas en un cierto aislamiento en materia de comunicaciones y la inevitable distancia para enlazar con el anillo insular que los conduzca hacia sus lugares de trabajo. Una necesidad acuciante ante la falta de alternativas en su origen, que, sin embargo, no ha reorientado sus posibilidades hacia otro tipo de turismo de mediana edad, y por tanto de mayor poder adquisitivo, que aceptaría de mejor grado la riqueza paisajística, su gastronomía, sus rutas guiadas y, por qué no, solazarse también con menos agobio termométrico que en la cara sur.

Puestos a calibrar las comparaciones, observamos que el desarrollo del norte insular no sólo fue pionero de la Isla, sino también del archipiélago y aún del resto peninsular. Y aunque vencido un tanto por el tiempo, ahora pendiente de su resurgimiento urbano y portuario, el ejemplo lo tenemos en el Puerto de la Cruz, quedando las zonas más occidentales relegadas a producciones agrícolas o vitivinícolas. Y es ahí donde las iniciativas privadas -con el apoyo de la infraestructura pública- tienen que madurar para ofrecer, como he dicho, otra alternativa diferente para otro tipo de clientela más contemplativa que jacarandosa. Urge difundir y programar un rutero gastro-enológico o paisajístico que abarque las medianías menos visitadas, especialmente la joya vegetal del Monte del Agua; y también el apoyo a los pequeños locales de restauración existentes. Incluido la mejora de una línea compuesta por guaguas de menores dimensiones para la complejidad del trayecto, complementando así la relación intermunicipal de la Isla Baja, sin olvidarnos tampoco de la necesaria comunicación con el Hospital del Norte.

Citando ejemplos alternativos, memorizo el paralizado poblado guanche de El Tanque, e incluso la escasa demanda del paseo en camello desde un establecimiento cercano. Otra posibilidad aún sin valorar, similar al caserío de Masca, sería la zona de Teno Alto, en donde el principal inconveniente radica en la parte inicial de su sinuosa carretera, por la estrechez de su carril en algunos tramos del trayecto. Y no digamos nada si hay que transitar las pistas hacia las explotaciones ganaderas allí existentes, rebasado el caserío, para adquirir un queso tierno de cabra o requesón, recién elaborados. Pese a su disminución -sólo hay dos que mantienen un censo de cabezas superior al centenar-, el resto es cada día más testimonial. Del pasado cultivo cereal sólo quedan los bancales estériles y alguna era abandonada. Resumen apresurado de un itinerario por la toldilla insular que frecuento y recomiendo precaución.

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