¿Cuánto pesa el alma? Hace años, en revistas especializadas, se daba cuenta de que el peso de una persona que moría presentaba una diferencia de 21 gramos con respecto a los momentos previos al fallecimiento. Cuando se extinguía la vida se evaporaban 21 misteriosos gramos que, para algunos, representaban el peso del alma; la chispa eléctrica de la materia que se apagaba.

Oyendo las noticias de cada día uno comprende que el alma más que peso tiene precio. Y que en una sociedad de libre mercado, el precio cambia según el alma. Ayer se conocía que la Sanidad pública de las islas ha sido condenada a pagar 75.000 euros por haber dado de alta a una paciente, concejal de Telde imputada por corrupción, que había intentado suicidarse. Después del alta médica lo intentó nuevamente y consiguió quitarse la vida. La sentencia no entra a valorar si en la pérdida de esos 21 gramos tuvo algo que ver la enorme exposición mediática prejudicial de su caso, las miradas de reproche en la calle, la vergüenza... Los asuntos inmateriales, como las enfermedades del alma, son tan difíciles de apreciar para la justa Justicia como para los siquiatras que no previeron el fatal desenlace.

Hablemos de más peso: de 3.738 gramos. En Canarias, en 2015, se suicidaron 178 personas. Mucho más del doble que las víctimas mortales de los accidentes de tráfico, que fueron 70 ese año. Pero no verán ustedes campañas para la prevención de suicidios. No existe cinturón de seguridad y ABS para el alma y además tampoco se pueden recaudar multas por importe de 16 millones de euros -que es lo que se ingresó el año pasado en sanciones de tráfico- a las depresiones.

Y menos peso: 150 gramos. En el albergue municipal de Santa Cruz se ha despedido a una trabajadora porque sustrajo exactamente 150 gramos de queso y tres panes para dárselos a sus dos hijas. Un robo es un robo. Pero uno se pregunta si el valor de esos alimento es superior a los miles de folios, clips, grapadoras, grapas, carpetas u horas de conexión a internet que muchísimos funcionarios de las dependencias de la administración suelen coger para su uso particular. O más que los miles de algodones, tiritas o alcohol que usan otros tantos muchos sanitarios en sus casas. Los trozos de queso y los tres panes no pueden pesar más que esos miles de objetos que cotidianamente se evaporan.

Pero por lo visto valen tanto como para perder un puesto de trabajo. El argumento es que el robo es una cuestión de escala. Quien sustrae tres panes, a otro nivel y si pudiera, se llevaría, dicen, cosas más valiosas. Pero yo creo que esto no es una cuestión de precio, sino de peso. Lo que realmente ocurre es que esta España nuestra de hoy ha perdido los 21 gramos del alma que alguna vez pudo tener. Que es el peso de los sesos. O dicho de otra forma, del sentido común que ya no tiene.