Siempre existen textos escritos para alguien. Vitrubio elaboró su manual "De Architectura", un tratado dedicado al emperador romano Augusto. En Siracusa, Arquímedes enseñó a los aspirantes a matemáticos a determinar el volumen de un objeto con una forma irregular, mientras que unos siglos después Maquiavelo dedicaba "El Príncipe" al duque de Urbino. Sin embargo, en la historia actual, como las palabras a veces se vuelven egoístas y las letras caprichosas, los olvidados en la vorágine política del siglo XXI piden el afecto que no les ha brindado la tratadística: ellos son los alcaldes, los templarios de la función pública a los que nadie escribe.

En Canarias se merecen con total justicia un código de nociones básicas que regule su comportamiento ambivalente, porque un día homenajean el landismo y otro se visten de tríada capitolina; los buenos normalmente duran menos en el cargo que el daiquiri de Hemingway en La Habana. Ser alcalde en nuestra tierra es un concepto, una distinción que valida la máxima de "prometer construir un puente aunque no haya río" y que incluso no pase nada. Ostentar el bastón de mando se transforma en la garantía que otorga no responder ante algo o ante alguien, a no ser que se cruce la delgada línea que separa el ayuntamiento del juzgado.

Sus señorías han conseguido convertir los plenos en desiertos donde los vecinos no encuentran agua, en pozos de tierra donde la participación ciudadana es un tótem para engañar a la Ley de Municipios; también, han institucionalizado que "pedir perdón es mejor que pedir permiso", pagando ahora las consecuencias de las romerías del enchufismo y de los pelotazos urbanísticos que castigan a los partidos con sentencias ejemplares.

Aunque los alcaldes, como el coronel de García Márquez, no tienen quiénes les escriban, sí que precisan de un manual de conducta que reoriente, mejor que los incumplimientos en el pacto regional, el comportamiento del político local en la gestión. Por lo tanto, son de obligado cumplimiento las nociones básicas para no ir con los ojos cerrados, porque, como diría Manuel Jabois, a mí también me dan ganas de sacar la bocina de Harpo Marx y parar la charlatanería de los que antes hablaban normal y ahora encharcan el lenguaje con cultismos a destiempo y frases hechas. Sé que no todos pueden tener la capacidad de Iñaki Azcuna o Lisa Scaffidi, pero todavía no conozco a mandatario alguno en la Isla que haya sido capaz de utilizar el 80% de vocabulario cotidiano para que todos los públicos lo puedan entender.

De alcalde se va vestido, no disfrazado de Marco Paquetti. En algunos ayuntamientos solo les falta subirse a la mesa y que le corten la corbata al novio para agenciarse unos euros. De traje azul de ajuste "slim" y mocasines de Briatore no se puede explicar el plan general de ordenación ni tampoco el retraso en la PCI. Aquí es cuando CC sabe qué botón de la camisa hay que desabrochar para no quedar de pijo ni de desaliñado, entrando en acción el personal "shopper" nacionalista.

Como dijo hace años Ana Oramas (recogido por José Manuel Castellano): "Con 18 años se puede ser concejal, y no hay que tener estudios ni nada, basta con ser una persona trabajadora y lógica".

@LuisfeblesC