Mientras el círculo de su compasión no abarque a todos los seres vivos, el ser humano no hallará la paz por sí mismo.

(Albert Schweitzer)

Confesemos. A todos nos encanta hacerlo. Ponemos etiquetas a todas las personas. Por su religión, orientación sexual, color de piel, procedencia... La lista sería interminable. Nos gusta. ¿Para qué engañarnos?

Lo hacemos con nosotros mismos. Como una forma de consolidación de nuestro ego. Somos de aquí, de allá, de estos o de los otros. Así hasta el infinito. La pregunta es por qué tenemos esta necesidad de hacerlo ¿Trae algún beneficio? Sin duda, contestará un profesional de la salud mental. Ayuda a tratar a las personas porque así podemos compartir con otros colegas las mejores formas de abordar su dolencia. Bien. Tiene lógica.

Por supuesto, dirá quien profesa una determinada religión: me ayuda a compartir con otras personas que sienten lo mismo que yo. También es comprensible.

Es el lado útil, constructivo, de la etiquetas: saber el idioma que habla otra persona, si necesita ayuda para desenvolverse... Son algunas de las posibilidades.

Pero, desafortunadamente, en el otro lado -el más perjudicial-, las etiquetas sirven para separar a las personas. Consiguen que identifiquemos a alguien con sus supuestos trastornos mentales. Hacen que las diferencias que enriquecen la humanidad hagan todo lo contrario.

En el caso de la psicología, y a diferencia de otras disciplinas sanitarias, hay una cierta tendencia a confundir a la persona con aquello que padece. Donde deberíamos hablar de personas con un trastorno depresivo o esquizoide, lo hacemos de "depresivos" y "esquizofrénicos", dando carta de naturaleza a algo que tiene tanta relevancia, a nivel sanitario, como una neumonía u otra enfermedad orgánica.

Esta tendencia no facilita en absoluto el tratamiento y la integración de personas aquejadas de problemas mentales. Las clasifica y las separa del resto de personas. Incluso hace que ellas mismas se automarginen.

En los últimos tiempos, la mayor difusión de la psicología ha provocado que muchas personas se lancen a dar consejos de cómo relacionarnos con uno u otro "tipo de personas". Huir de los pesimistas, de las personas tóxicas, de quien está triste..., son algunos de ellos. Sin ningún fundamento nos separan de las personas que pueden tener dificultades para relacionarse, de quienes no consiguen ver el lado luminoso de la vida o, simplemente, pasan un mal momento.

Es otra de las consecuencias del pensamiento hedonista, en el cual nuestra felicidad está por encima de cualquier otra circunstancia o persona. A pesar de que pueda ser alguien a quien queremos y necesite nuestra ayuda.

Las etiquetas no ayudan en estos casos. Nunca. Separan en lugar de unir. Y nos convierten en seres egoístas, poco empáticos y nada compasivos. Y además construyen muros, que se estrechan cada vez más, entre nosotros "y los demás". Y esto, lejos de hacernos más felices, consigue deshumanizarnos cada vez más.

@LeocadioMartin