En un Congreso Internacional celebrado en Roma durante esta última Semana Santa, cuatro jóvenes universitarios tinerfeños obtuvieron el Premio a la Creatividad por su cortometraje "Fuera de juego", superando a propuestas de diversas universidades de las más variadas procedencias (se puede ver en Youtube). El original tema galardonado nació de un capítulo de mi libro "Pensadoras del siglo XX": "Educar para la pluralidad". De fondo, la educación familiar.

En 2012, vio la luz un libro sorprendente: "Educar para el asombro" de Catherine L''Ecuyer. En él se ponía el acento educativo en la interioridad del niño, en saber crear unas relaciones interpersonales valiosas que le permitan "ser protagonista de su educación (...) y explorar lo que le rodea con seguridad". En consecuencia, afirmaba L''Ecuyer que "la forma más directa y eficaz de matar el asombro de un niño es darle todo lo que quiere", porque se les bloquea el deseo desde fuera. Naturalmente, en este mundo lleno de estímulos y maquinitas digitales, el libro fue en poco tiempo un bestseller, una deliciosa provocación penetrada de sabiduría, pues desafiaba a los recursos digitales precoces y apostaba por "la imaginación, el juego, el sentido del misterio, la inocencia, etc.", para no perder la infancia.

Tres años después, L''Ecuyer publicó "Educar en la realidad". Daba un paso más, y de nuevo arremetía contra algunos mitos del mundo digital, promoviendo la interacción humana y el contacto con la naturaleza -"lo que más apasiona a los niños es tirar piedras al agua o buscar bichos"-; y propiciaba actitudes y virtudes como el esfuerzo, la austeridad o la sencillez; e incluso, estimulaba para educar a los niños enseñándoles el sentido del sufrimiento y formándoles la sensibilidad para la belleza. Además, todo esto se valoraba más que la posesión de destrezas digitales.

En 2014, Gregorio Luri, prestigioso filósofo y especialista en Ciencias de la Educación, también escribía en contra de ficciones falsas, concretamente sobre la relación educativa entre padres e hijos, en "Mejor educados": "Hay gente que saca a sus hijos adelante sin necesidad de alzar la voz. Benditos sean. No ha sido mi caso. Y sé que no lo es tampoco el de la mayoría de los padres. Puedo decir en mi defensa que ahora mis hijos y yo nos reímos de aquellas reacciones desmedidas que tuvimos en el pasado ante hechos que no la merecían". Y aún más: "Pero no olvides nunca que tus hijos -también los adolescentes- se sienten más seguros cuando saben que sus padres están al tanto y que controlan la situación (...). Puede que no les guste tu control, pero les gustaría menos tu descontrol".

Interioridad, condición humana, autoridad de los padres... Pero ¿no habría que ofrecer un planteamiento educativo que complete los anteriores focalizando la atención en la dimensión personal -relacional- de todo ser humano, cuya principal manifestación ocurrirá en la adolescencia?: Educar para la pluralidad.

La idea fundamental consiste en formar a los hijos en un idioma moral firme, pero explicándoles que existen en la sociedad otros lenguajes morales distintos. O sea, que comprendan y amen el mundo plural en el que vivimos, con sus luces y sombras. Así, al llegar a la adolescencia, la edad de la formación del grupo, no quedarán confundidos ni se verán expuestos al mimetismo para ser aceptados, como les ocurre a tantos.

Educar es enseñar a amar y a entender el mundo en el que vivimos, y este es plural. Cuando se entiende ese contexto cultural diverso, se respeta a todos; y ya no se necesita modificar los valores familiares para ser aceptados por el grupo: el mismo respeto aprendido sirve para exigirlo con respecto a los propios valores familiares.

Chiara Zocchi escribió a sus diecisiete años: "No hay gente mala; nos parecen malos, pero lo que pasa es que están solos y para gustar a los demás incluso hacen el mal". Prometo escribir este libro: "Educar para la pluralidad".

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