Ya es sabido que Canarias es la comunidad peor financiada del Estado español. Entre los años 2009 y 2013, las islas recibieron 3.400 millones menos de lo que le habría correspondido. Ya es suficientemente malo. Pero como las desgracias nunca vienen solas, ahora llegan los primeros rumores, que suelen ser el recibidor de las malas noticias, de que la Unión Europea (UE) está reconsiderando el flujo de ayudas financieras que destina a las islas en razón de su ultraperiferia.

Cuando Canarias aceptó integrarse en la Unión Aduanera, renunciado a su pasado de libertades comerciales y arancelarias, lo hizo a cambio de un enorme paquete de ayudas para compensar el impacto negativo de la adhesión. Nadie dijo que esas ayudas serían eternas. La genuflexión de la burguesía de las islas y sus políticos ante el oro comunitario estaba apoyada también por un Gobierno español para el que resultaba esencial integrar al archipiélago en Europa. Para España era un peligro político dejar al archipiélago fuera de las reglas del resto del Estado. Y resultaba económicamente inaceptable permitir un agujero en el cordón aduanero donde Canarias pudiera transformarse en una plataforma de entrada de productos extracomunitarios, a los que se incorporara, en industrias de las islas, el valor añadido que les abriera el libre tránsito.

Durante los primeros años de la adhesión vivimos años de leche y miel. Los vivió España, que regó de inversiones la Península. Y los vivieron las islas, con cientos de millones de ayudas en muchas líneas de actuación. Pero nada es eterno y menos en la Europa de los mercaderes. Los acuerdos de libre comercio, las políticas mediterráneas y las urgencias de financiación están haciendo que la UE empiece a recortar drásticamente sus presupuestos.

Estamos en una posición estratégica privilegiada con respecto a los emergentes mercados africanos. Y podríamos convertirnos en un centro de influencia en el tráfico de mercancías y conocimientos en un área en expansión. Pero hasta ahora hemos vivido apoyados en un discurso de la ultraperiferia, que empieza a tener fecha de caducidad ante la indolencia del Estado español. Francia defiende con uñas y dientes a sus territorios de ultramar. Madrid hace una temporada que sólo se mira el ombligo. ¿Y Bruselas?

Un alto ejecutivo, que fallece, llega al infierno y se encuentra un paisaje lleno de campos de golf, resorts de lujo, casinos y lujuria. Se pasa siete días disfrutando a todo trapo y el diablo le dice que tiene que ir al cielo para decidir dónde se queda. Se marcha y llega a la gloria, que es como un retiro de la tercera edad, con música suave, paseos melancólicos y dulzura. Está una semana y cuando dios le da a elegir, opta, naturalmente, por el infierno. Vuelve a los dominios de Lucifer y se encuentra un panorama de fuego, dolor y sufrimiento. "¿Pero qué es esto? Esto no es lo que me ofrecieron". Y el demonio le responde: "Es que antes eras un candidato y ahora ya has decidido la plena integración, amigo".

Pues Bruselas, eso.