La Unión Europea ha abierto el debate sobre la salida de Canarias (y Madeira) de la lista de regiones ultraperiféricas y -por tanto- del tratamiento especial que reciben ambas regiones. El motivo de esa decisión, auspiciada por Francia, es que Canarias y Madeira concentran la mayor parte de los fondos que la UE reparte para compensar la lejanía e insularidad. No se trata de un rumor. El presidente del Consejo Económico y Social, Fernando Redondo, ha confirmado que el Gobierno de Canarias conoce la propuesta de Francia, harta por la desigualdad del reparto, y por el hecho de que las regiones más desfavorecidas, subdesarrolladas y alejadas del continente -las suyas: Martinica, Guadalupe, la Guayana francesa, y las islas africanas de Reunión y Mayotte- reciben menos ayudas que Canarias y Madeira, las dos regiones más próximas y más desarrolladas. Francia presiona con fuerza para invertir la situación, bien sacando a las regiones más ricas del listado, o bien creando una política RUP de dos ámbitos.

Conviene recordar que estamos hablando de cosas de comer. La reconsideración de la ultraperificidad puede llevarse por delante los fondos del Posei, y sin ellos la agricultura canaria no podría sostenerse. La modificación de las RUP supone una carga de profundidad enorme contra el sector agrícola que podría suponer el paulatino desmantelamiento del campo y el del paisaje de las Islas...

No es imposible que eso ocurra. Todo lo contrario. Nunca antes se han dado tantas condiciones como hoy para la voladura de la agricultura isleña. No se trata sólo de una población que se aleja cada vez más del campo, y de un capital que hoy rompe con su propia tradición para operar en mercados mucho más rentables, como el del turismo. Aparte de eso, las políticas europeas sobre nuestro vecino Marruecos cada vez son más débiles. Cada año crece el número de exportaciones marroquís con destino a los mercados continentales, mientras el Tratado de Libre Comercio va abriendo las fronteras comunitarias a la entrada de productos de terceros países. Y es en medio de ese panorama cuando Europa decide que no puede mantener el ritmo de las ayudas.

Es verdad que la suerte del plátano isleño está echada desde que se firmaron los acuerdos bilaterales y trilaterales de la Unión Europea con los países productores de banano. Desde entonces se ha producido un creciente descreste arancelario al banano, y se ha pasado de un impuesto de entrada de 176 euros por tonelada de banano a los actuales 110 euros, previéndose que pronto sea de 75 euros. El plátano canario ha logrado sobrevivir a la entrada de fruta centroamericana gracias a la reserva del mercado peninsular y a las ayudas. Si desaparecen la reserva o las ayudas, se acabó. Los grandes exportadores canarios de plátano ya se han posicionado ante esa contingencia, entrando en las redes de comercialización del banano, haciéndose la competencia a sí mismos. Desde luego que defienden la continuidad de las ayudas al plátano local, con las que se han hecho ricos, pero -por lo que venga- hace años que empezaron a colocar también banano en sus mercados de destino. Quizá haya quien crea que la desaparición de las ayudas es un asunto que sólo les afecta a ellos. Se equivocan. Ellos son los únicos preparados para aguantar y sobrevivir. Será el pequeño agricultor, el minifundista que define el paisaje de nuestras medianías en La Palma, La Gomera y el norte de Tenerife desde Icod a la Isla Baja quien realmente se la juegue. Y con él, todos nosotros.