El libro que hoy presentamos, un análisis de la trayectoria creativa de José Luis Fajardo verificado por su hermano Julio Fajardo, pone de manifiesto, una vez más, el espíritu que guio la fundación de la Biblioteca de Artistas Canarios: la Historia del Arte en Canarias desde cada uno de sus protagonistas. Una colección que por fortuna ha gozado de una de las virtudes menos frecuentes de nuestras empresas culturales: la de la continuidad, lo que le ha permitido la fijación de un canon.

Entre Julio Fajardo y José Luis Fajardo se da esta vez la simbiosis perfecta entre crítico y creador, la complicidad feliz entre el indagador y el indagado. Las vidas paralelas de estos hermanos nos facilitan el adentrarnos en el camino de perfección de nuestro artista de turno, sus distintas etapas, tan bien sintetizadas entre las páginas 18 y 22 de la obra en cuestión, para todos aquellos que quieran tener un adelanto lúcido de lo que después es desarrollado, por el autor del texto, con más paciencia y detalle en capítulos subsiguientes.

Nos ha dejado dicho el polifacético Tzvetan Todorov, búlgaro de nacimiento y hoy con nacionalidad francesa, filósofo, lingüista, crítico literario e historiador, que el arte occidental se distingue de casi todas las grandes tradiciones del arte oriental por el lugar reservado a la innovación, a la invención, a la búsqueda de la originalidad. Ningún creador de esta parte oeste del mundo se ve libre de esa tendencia generalizada, casi implacable. Un arte dinámico en Occidente frente a un arte estático en escenarios como India o China.

Y José Luis Fajardo no iba a ser una excepción, como nos lo demuestra Julio Fajardo en el recorrido minucioso y clarificador que hace desde las tempranas vibraciones de su hermano, acaso en el taller de su abuelo materno, "pintor con vocación de aceite", hasta la desembocadura en los últimos años, de lo que el mismo José Luis ha definido como "Divertimentos", una cercana serie de dibujos y collages aliviada de añejos y amados compromisos y corolario de un descomplicado ejercicio de libertad creadora absoluta. En el tiempo se sucedieron las disecciones antropomórficas de los años sesenta de los comienzos -en las que atisbo una concurrencia con periodos de Manolo Millares y Pedro González: se parte de la descomposición, de la deconstrucción, para sugerir la composición-; luego, los aluminios posteriores, de tanta resonancia que casi exigieron la huida del artista lejos del metal tan bien trabajado como mimosamente acogido; a continuación, la serie blanca -la más admirada por Julio Fajardo, la más depurada a nuestro entender, la más lírica-; más tarde, la etapa de los personajes enigmáticos y embozados que nos miran en silencio, de los que se ocupó, en 1986, Caballero Bonald con tanto acierto y que propiciaría, hace dos años, la publicación del libro conjunto Anatomía poética; y ulteriormente, la serie Goya -homenaje, sobre todo, al ilustrado combatiente de la Inquisición, no tanto al pintor de Corte-, previa a la etapa final, hasta ahora, de los "Divertimentos" ya aludidos.

En este Viaje a la pintura, que Julio Fajardo nos propone a través de la experiencia estética y ética de su hermano, tenemos oportunidad de descubrir una vez más que tanto José Luis como Julio Fajardo son dos perfectos polímatas -y perdonen la aparente pedantería del vocablo-. Es decir, dos hombres del Renacimiento que saben muchas cosas y las saben muy bien. Dos seres llenos de curiosidad intelectual desde su temprana juventud que se mueven con desenvoltura en medio de muchas artes confiando ilimitadamente en el poder de la inteligencia humana para discernir esta batalla perdida que es la vida, como le gusta definir la existencia al narrador y ensayista catalán Enrique Vila-Matas. Tanto José Luis como Julio poseen un saber no "industrial", no petrificado, tipo Wikipedia, sino saberes digeridos, degustados, paladeados, contrastados, discutidos... José Luis lo demuestra en su oficio de pintor, de escultor de metales, de narrador elíptico, de actor consumado, de ilustrador, en sus múltiples vocaciones cuya enumeración no pienso agotar aquí. Julio lo ha demostrado en su paso por la música, por la arquitectura, por el urbanismo, por el artículo periodístico, por la narrativa, tarea esta última que he tenido la suerte de enjuiciar en varias oportunidades. La más reciente de ellas, degustando el ambicioso texto, aún inédito, Volver a Roma, título que me viene muy bien para justificar la vinculación renacentista de los dos Fajardo a la que me referí hace un momento.

Por todo lo antedicho, este Viaje a la pintura de Julio Fajardo, con el quehacer de muchos años de su hermano como fondo, se convierte en nuestras manos de lector atento en un "Viaje a la semilla", como le gustaría llamarlo a Alejo Carpentier, o en un hermoso viaje a la historia del arte de los últimos sesenta años, con los Westerdahl y los Pérez Minik al principio de ese camino, un relato donde queda instalada la aventura creadora de José Luis Fajardo y reinterpretada en el contexto histórico general en el que se generó y desarrolló, muchas veces viviendo esa historia en primera persona, con los protagonistas directos de lo que sucedió en el Estado español a partir de octubre de 1982, otras tantas veces exhibiendo su trabajo en las salas y en los museos del mundo en diálogo fértil con distinguidos representantes de la cultura universal. A estas alturas de su vida, nadie podrá negar a la travesía creadora de José Luis Fajardo su proyección internacional.

Y en esa demorada apertura del diafragma que opera Julio Fajardo para acercarse con rigor a la obra de su hermano comprobamos una vez más la idoneidad de haber puesto en relación al crítico y al creador, al Fajardo y al Fajardo, porque la clarividencia con la que Julio desentraña el trabajo de su hermano no creo que haya estado nunca al alcance de ninguno de los hermeneutas que se han acercado a la obra de José Luis Fajardo.

Más allá de genes y de sangres, asistimos a un verdadero hermanamiento de lo que la crítica debe ser con respecto a la creación, un acto de magia recíproca que nos haga tan felices con el texto estimativo como lo somos al mirar un cuadro o una escultura desde nuestra soledad y desde nuestro silencio.

El documento ha de ser tan trascendental como el monumento. La reflexión tan reveladora como la ejecución. Fajardo y Fajardo, palabra e imagen, imagen y palabra en una fusión medida y dilucidadora. Esa es la lección de esta obra.

*Palabras de presentación del libro "Un viaje a la pintura". José Luis Fajardo, Gobierno de Canarias, BAC, 2016, cuya autoría corresponde a Julio Fajardo Sánchez