Abilio Caetano Bueno tenía 42 años cuando fue designado para dirigir el Tenerife-Albacete de la tercera jornada del Campeonato de Liga en Primera División 91-92. Todo transcurría con cierta normalidad hasta que, en el minuto 56 y con victoria local por dos a uno, estalló el escándalo. El boliviano Etcheverry se llevó un balón con la mano, entró en el área tinerfeña y se dejó caer. El colegiado onubense, sin hacer caso al asistente que había visto la falta previa, decretó penalti. Los jugadores locales enloquecieron. Las protestas se saldaron con tres rojas directas: Hierro, Toño y Torrecilla.

El conjunto manchego empató y la lluvia de objetos hizo que el encuentro se detuviera. Apenas un cuarto de hora después de su reanudación, llegó una nueva expulsión: Dertycia. Con siete futbolistas sobre el campo, el Tenerife aguantó las tablas en el marcador hasta el minuto 92. En ese momento, Corbalán estableció el definitivo 2-3. El club presidido por Javier Pérez no se conformó. Pidió un control de alcoholemia para el árbitro y llevó luego el asunto al Comité de Competición pidiendo la repetición de la última media hora.

No logró su objetivo, pero el Juez Único José Javier Forcén falló en contra de Caetano Bueno al observar "indicios racionales de una posible falta, por incumplimiento de las obligaciones". Todo se basó en la declaración de su asistente, Ortiz Palomo, quien reconoció que pidió ser consultado y no se le hizo caso. "Dejo el fútbol porque es una mierda", anunció luego.