En serio: para un tipo que escribe una tira en los periódicos desde hace casi cuarenta años, como el menda lerenda de la foto de arriba, dedicar más de tres artículos seguidos al mismo asunto es un agobio. No sólo porque a uno se le agotan los argumentos (que también), sobre todo porque darle a la tecla y encontrarse con el mismo personaje repetido una y otra vez resulta de lo más cansino. Uno es periodista porque no sabe hacer otra cosa: si lo mío fuera insistir en las andanzas y perfiles de un único personaje, habría intentado ser novelista para jóvenes o guionista de la tele y hacerme una serie de ciencia ficción, protagonizada por un marciano hermafrodita que se enamora de una campeona de lucha libre con problemas de autoestima. Habría tenido mucho éxito, estoy seguro. Pero yo no nací para eso: a mí lo que me pone es saltar de una flor a otra, hablar hoy del FMI y mañana de un libro que no he leído, y pasado de la tensión sexual subyacente entre Clavijo y Morales y al otro de las cuitas de los comerciantes del Rastro. Y después leer las cosas encantadoras que me dicen en los comentarios de la web del periódico: me he hecho amigo de gente que ni conozco, como el canarión Trapisondas -adalid de la doble autonomía-, el colega Jarl, que no se fía de mí ni un pelo (hace bien) o un tal Thor que debe ser nórdico, porque todo lo que dice parece vikingo... y también de otro señor que firma comentarios en mi nombre y me ahorra un montón de trabajo contestando él a los que me ponen verde. Así me paso yo los días, leyendo a mis tres fans y hablando poco de muchas cosas (ése es el gran truco de esta profesión), para que se note menos que uno es de natural bastante ignorante.

O sea: que ya he traído al ministro Soria tres días seguidos a esta esquina, y no sé cómo lo verán ustedes, pero yo estoy más que harto de su compañía. Lo que pasa es que hay historias y/o personajes que se pegan a la actualidad como un chicle a la suela del zapato, y Soria ha conseguido precisamente eso: unos días es noticia por lo que dice, otros porque se demuestra que lo que dice es mentira, otros porque intenta arreglar las primeras mentiras con falsedades nuevas, y otros días porque se queda callado. ¿Puede ser asunto noticioso que alguien no diga nada? En el caso de Soria, sí. Su silencio de ayer es enormemente ruidoso. Cuando saltó la liebre panameña, el hombre paseó su caletre para vender excusas por los platós, los estudios y las redacciones, y juró por lo más sagrado que todo era una invención de alguien. Los hechos le negaron la mayor, y desde ese momento de viril contundencia, cada vez que abre el ministro el pico con una versión nueva, alguien se lo tapa con otro papel sacado del archivo sin fondo del bufete Mossack-Fonseca. Y es que entre once millones y medio de papeles, tiene que haber casi de todo. Por eso ha elegido el ministro quedarse calladito en un rincón, lamiéndose las heridas de su credibilidad descuartizada, y preparando otro discurso -a ser posible más convincente que lastimoso- para la explicación parlamentaria que él mismo ha pedido. O quizá para su despedida.

¿Nos convencerá? Creo que a Soria eso le da exactamente igual. El ministro es de la escuela cínica, disciplina "ande yo caliente". En realidad lo único que le preocupa ahora es aguantar este ingrato chaparrón hasta las próximas elecciones, volver a repetir de candidato por Las Palmas, y blindarse en un escaño por lo que tenga que venir. ¿Lo lograra? Depende del PP. Andan haciendo cuentas a ver que es peor, si asumir el coste de quitárselo de en medio o asumir una campaña con él y sus papeles panameños de protagonistas. Hagan lo que hagan, por los ecos que llegan de Madrid, sospecho que en su partido están tan hartos de leer cosas sobre el ministro Soria como yo estoy de escribirlas.