El ministro Soria ahora es el ciudadano Soria. Después de la inevitable conversación con Rajoy, dejó el Ministerio, el acta de diputado y la presidencia de su partido en Canarias. La crisis se ha resuelto en cinco escasos días. Siempre dije -y sostengo- que Soria es un personaje con talento y recursos: frente a quienes creen que se equivocó en la forma de presentar su reacción a los papeles de Panamá y todo lo que vino después, yo creo que hizo lo que hizo -mentir- porque la apuesta era mentir y que le creyeran o contar la verdad y tener que irse. No se equivocó al dar las explicaciones, como ha dicho en su comunicado, lo que hizo fue intentar desviar la atención de los medios, como ha hecho en tantas ocasiones, y esta vez esa apuesta le salió mal. Intentó proteger del conocimiento público su entramado de empresas y bufetes de Panamá, Bahamas y Jersey, un entramado que podría haber explicado como fruto de la actividad exportadora de su familia, la necesidad de actuar sobre los fletes, contratar barcos de bandera de conveniencia, en fin, todo tipo de argumentos. Prefirió negar la mayor. Y sospecho que por algo será. Ahora los mismos colegas del Gobierno que salieron a defenderle el primer lunes le pasarán la factura, Hacienda hará su trabajo y es posible que alguien se pare a ver si la declaración jurada de sus bienes presentada al Parlamento, un documento público en el que solo aparecen los bienes heredados de su padre y su vivienda en régimen de gananciales, supone falsedad documental. El viacrucis del exministro no ha concluido, pero ya lo recorrerá como ciudadano privado. Creo que es hora de dejarlo en paz.

Y de mirar hacia Canarias, donde su anunciado retiro abre las puertas a una batalla monumental por el control del PP en las Islas. Hace días que se escucha ruido de afilar cuchillos en las sedes del PP. A partir de la gestora que nombrará Génova en unos días, sabremos cuáles son las preferencias nacionales para la sucesión. Pero a la larga, estamos en una sucesión abierta y nada fácil, porque Soria no permitió que nada ni nadie creciera autónomamente a su sombra, ni siquiera a los que protegió bajo su paraguas en calidad de servidores incondicionales: el incombustible Juan Santana, el clon Enrique Hernández Bento, la leal María Australia Navarro, el recadero Jorge Rodríguez y algunos (pocos) otros. Ahora el resto les pasará factura incluso a ellos. Las cosas funcionan así: haber sido del equipo de Soria cotiza ahora a la baja en la bolsa de posibles cargos y prebendas.

El PP tiene la oportunidad de regenerarse en las Islas, atraer a los mejores de entre los muchos que Soria apartó -la lista es interminable- e intentar hacer las cosas de otra forma a partir de ahora. Porque si algo enseña toda esta historia es que el poder -incluso un poder muy grande- no es garantía permanente de nada. Quien más alto sube, más se destroza al caer. Y nadie es tan sabio como para mantenerse eternamente arriba. Quienes mandan sin acuerdos ni consensos, más pierden cuando dejan de mandar. Frente a quienes creen que el PP -el gran partido del centroderecha español- no tiene arreglo, yo lo que sospecho es que hay millones de ciudadanos que quieren seguir votándolo. Esa gente se merece un partido que acabe con los escándalos y purgue la corrupción, se acostumbre al diálogo y aprenda a ponérselo difícil a quienes usan la política para su propio provecho. El mundo no es perfecto, ni va a serlo nunca. Pero tampoco hay que tolerar que se convierta en una cueva de aprovechados y cobardes.