Ha tenido que ser en un acto humilde, la toma de posesión del nuevo decano del Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife, donde haya oído, por fin, un gran discurso en el que la acción profesional y pública se hermanaba con la acción individual de carácter moral. ¿No debería ser esto el lenguaje común de la política, y la palabra habitual de quien representa los intereses de los ciudadanos?

Mi enhorabuena a José Manuel Niederleytner que supo exponer los diferentes retos profesionales y asentarlos en unos cimientos éticos: en la pretensión de verdad, citando a Julián Marías en su última intervención pública ("He sentido toda mi vida pasión por la verdad"); en la ejemplaridad pública y personal, aludiendo a la valiosa obra de Javier Gomá; y en el amor a la justicia, evocando a Aristóteles.

Tal vez convenga escuchar a Václav Havel, escritor y dramaturgo, líder de la revolución de terciopelo que terminó con la dictadura comunista en Checoslovaquia tras la que llegó a ser presidente del país -inmediatamente después de la caída del muro de Berlín en el otoño de 1989- y, posteriormente, de la República Checa tras separarse pacíficamente de Eslovaquia. Y todo esto con una única arma, como bien resume Javier Tusel: "El disidente intelectual tenía en la Europa del Este un poder que parecía mínimo y era esencial: el poder de la palabra".

Sigo con el relato de Tusel: "Cuando los libreros alemanes le concedieron el premio de la Paz, pocos meses antes de la caída del muro, Havel preparó un texto de agradecimiento que se iniciaba con la frase bíblica ("al principio era la palabra"). Ha sido la palabra libre, nada más que ella, la que ha permitido el desmoronamiento del totalitarismo decadente (...). Nacida en una suma de decisiones éticas personales, esa protesta disidente ha sido, además, la táctica más oportuna".

En su primer discurso de año nuevo como presidente de la República de Checoslovaquia, Havel se dirige a la nación nacida después cuarenta años de dictadura comunista y con apenas pocos meses de vida, y tras referirse a las mentiras oficiales sobre los datos económicos del país, se arranca con estos términos: "Lo peor es que vivimos en un ambiente moral depravado. Estamos moralmente enfermos, pues nos hemos acostumbrado a decir una cosa cuando pensamos otra diferente. Hemos aprendido a no creer en nada, a no prestar atención a los demás y a ocuparnos solamente de nuestra persona. Nociones como amor, amistad, misericordia, humildad o perdón han perdido su profundidad y su dimensión, y para muchos de nosotros se tratan solo de peculiaridades psicológicas o de recuerdos perdidos de tiempos lejanos, un poco ridículos en la época de los ordenadores y de los cohetes espaciales".

Pero Václav Havel no solo ofrece diagnósticos, sino que alumbra esperanza. La clave para luchar con la voz de la palabra libre dependerá de dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, de que el ser humano sepa que "no es nunca un simple producto del mundo exterior, sino que siempre es capaz de elevarse hacia algo superior"; en segundo lugar, de mantener siempre vivas "las tradiciones humanísticas y democráticas".

En estos momentos de pactos ramplones y de horizontes achatados, de desaliento en la vida política y pública a consecuencia de tanta corrupción, de discursos enfrentados y revanchistas, y, por qué no decirlo, de mala educación en el debate público, conviene oír de nuevo la palabra libre que estimula y, sobre todo, que vacuna contra el enemigo más dañino: la apatía ciudadana.

Recita Alejandra Pizarnik: "Lo que pasa con el alma es que no se ve / lo que pasa con la mente es que no se ve / lo que pasa con el espíritu es que no se ve / ¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidad? / Ninguna palabra es visible"; pero grande es su poder de transformar.

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