El Tenerife es una roca. La tentación periodística es poner en relieve los nombres individuales que protagonizan cada victoria, pero este equipo merece un encendido elogio coral. El Tenerife actual tiene su fuerza en el colectivo. El compromiso de todos los jugadores, sin excepción, se manifiesta en un ejercicio tan intenso, tan poderoso desde el punto de vista físico y tan insistente, que termina por derribar la resistencia de sus rivales. La medida de su calidad da otros resultados bien distintos, pero con lo que pone le basta para ganarle a cualquiera. Ayer tuvo otro examen de fiabilidad y lo sacó con mucha más autoridad en el campo que en el marcador. Fue mejor que el Albacete, al que superó de forma gradual: según avanzaban los minutos, el equipo de Martí inclinaba más el campo hacia la portería de Juan Carlos, hasta que surgió la jugada y desequilibró el partido. Todo, a partir de una actuación global excelente en todo lo que tuvo que ver con lo táctico y con lo físico. Vigilancias impecables de los centrales (a los que solo les dio algo de trabajo Portu cuando se descolgaba y llegaba conduciendo), trabajo inmaculado de los dos volantes (Aitor y Vitolo, en especial el primero, que paró a Portu en la segunda parte), para liberar por delante a los atacantes, supremacía individual en cada disputa, y mucha voluntad de ir adelante, de apretar, de insistir... Al Tenerife no le marcan en el Heliodoro, porque no le rematan. Es un espectáculo ver defender a los once, incluido ya Suso, que demuestra un compromiso a la altura de su brazalete. Al equipo de Martí le costó más de una hora encontrar la jugada que buscaba. Tuvo momentos planos, en especial en la primera mitad, por su falta de velocidad moviendo la pelota en el juego de posición frente al repliegue manchego y porque, en ocasiones, quemó el balón con centros frontales muy sencillos para los defensas albaceteños. Con Lara en la izquierda, el equipo no es tan simétrico, Suso es profundo, se atreve a entrar solo contra dos y se va hasta el fondo generando siempre peligro, en forma de ocasiones, o forzando saques de esquina; pero en el lado izquierdo, cuando la pelota llega a Lara, se para, al menos ayer Saúl y él no combinaron para profundizar. En particular, el lateral se precipitó tirando centros desde tres cuartos. Así, las únicas opciones claras en la primera parte las provocaron los movimientos de desmarque en espacios cortos, acciones también trabajadas durante la semana. La más clara fue una copia de la del gol, Lozano se tiró atrás unos metros y habilitó por dentro a Nano, que se fue como quiso de los defensas, pero el meta Juan Carlos leyó la acción, ganó tiempo para achicar y desvió el remate con una mano. Era el minuto 11. En el 30'', Suso tiró un gran desmarque por dentro y Carlos Ruiz le puso el balón de lujo, el de Taco volvió a encontrar a Juan Carlos en el camino. El Tenerife basaba su autoridad en el juego a base de apretar en todas las zonas ante un rival que iba saliendo cada vez menos. La última incidencia del primer tiempo generó incertidumbre para el segundo, porque dejó a Dani Hernández lesionado tras chocar con Pulido. Ni siquiera el cambio de portero, con lo que significa después de 32 semanas de hábito, minó la consistencia de un Tenerife que salió avasallador tras el descanso. Moutinho relevó a Lara y, en general, los dos de los costados, sobre todo Suso, empezaron a caer por zonas interiores para crear desequilibrio en la defensa de un Albacete que ya empezaba a mirar el reloj cuando, en el 62'', Lozano repitió la escena, se echó atrás, metió un pase exquisito a Nano y esta vez el delantero no falló en el mano a mano. El gol puso el partido en otro escenario. El Tenerife replegó tibiamente sus líneas sin entregar del todo el mando de la pelota y siguió controlando con autoridad en la zona de sus pivotes, Lozano pudo hacer el 2-0 en un disparo envenenado que despejó a córner Juan Carlos (74'') y del córner lanzado en esa misma jugada salió un cabezazo de Germán que, a meta vacía, se marchó rozando el poste. La entrada de Cristo González le dio al equipo frescura en tres cuartos, para acabar sin atisbo de sufrimiento, protegiendo a su portero y en una emotiva comunión con la otra gran estrella de este equipo: su afición.