A las siete menos cuarto de ayer entró en su casa el primero de los 90 vecinos desalojados de los cuatro edificios situados en el entorno del Julián José (Los Cristianos), que colapsó a las 9:30 horas del jueves pasado por causas que están siendo investigadas por el Juzgado de Instrucción Número 3 de Arona. Al final, fueron 38 los que retornaron de los 43 previstos inicialmente.

No todas las 90 personas desalojadas residían en los edificios Chicharro, Porlamar, Linares y Bruno. De ellas, permanecerán en esta situación las 13 afectadas del edificio que se desplomó y los familiares de los fallecidos originarios de otros países que siguen pendientes de la identificación, según informó el gobierno municipal.

Permanecen cerrados los dos locales comerciales del número 10, un edificio que también alberga una vivienda no habitada que, según los técnicos, no tiene problemas estructurales graves, pero se requiere una valoración más amplia.

La vuelta a sus casas no estuvo exenta de dificultades. Durante el encuentro que mantuvieron y presidió el alcalde, José Julián Mena, la preocupación se centró en dos aspectos: saber cuándo demolerán la parte que quedó en pie de la zona del edificio que se desplomó y el estado de suciedad de las viviendas.

Esta población tendrá que volver a abandonar sus casas provisionalmente una vez que el Ayuntamiento de Arona disponga del cronograma para proceder a derribar el fragmento de edificio afectado por el colapso. Se comunicará oportunamente, explicó el regidor.

Las cinco familias que optaron por no retornar a sus casas ayer, pudiendo hacerlo, negociaron con el alcalde la medida para proceder, durante la noche y esta mañana, a limpiar sus casas ante el riesgo que supone para su salud la presencia de mucho polvo. El resto, no lo dudó y escuchó el llamamiento del alcalde a la colaboración "porque no es fácil que un retorno así se produzca en cinco días tras una catástrofe como la que hemos vivido".

A paso ligero, calle Valle Menéndez abajo (que quedó reabierta al tráfico pocos minutos después) y desde el centro cultural, dos grupos de vecinos caminaron acompañados de policías. El sonido de la llave en las cerraduras dio paso a la presencia de mucho polvo en el interior, pero "a la alegría de volver a mi casa, a cocinar en mi cocina y a dormir en mi cama no la dejo para mañana".

No dudaron en poner manos a la obra. Cepillo y paño en mano, en algunos balcones se vio a varios de los retornados empeñados "en recobrar la normalidad", esa que "no da un papel que certifique la seguridad del edificio que ya le aseguran los técnicos que lo inspeccionaron", espetó José Julián Mena.

Las medidas de seguridad estaban aplicadas. La ruta peatonal debidamente acotada y los bloques de hormigón (new jersey) como barrera ante cualquier eventual desprendimiento de la zona por demoler eran las más evidentes y oportunas.

Los comerciantes de los establecimientos emplazados en las zonas cerradas demandaron ya medidas compensatorias o no gravosas, al menos. El propio alcalde les hizo saber "las herramientas que tienen y con las que la administración cuenta para ahorrar costes en la ocupación de un espacio público que ahora no ocupan, la basura y otros impuestos".